La semana pasada Maitinalia se celebró a su hora, las seis de la mañana, a pesar de Daniel, Elsa y Fabián. El agua goteando en la calle Juan Van Halen levantaba miradas hacia el alumbrado y un vecino de la misma, el neotertuliano Rubén Vargas, nos habló del misterio de las luces perdidas. Dos tiras hoy, una mañana. ¿La quitan y la ponen según jerarcas y heresiarcas? Preguntaba el de Ambularte. El dilecto profesor Vázquez Bermúdez hablaba de las mascaradas navideñas tituladas "la muerte de los inocentes o infantes" que se celebraban entre hispano visigodos y mozárabes, el ocho de enero. Evidentemente, en la tertulia participan el secretario de las dos tertulias Juan Carlos Carrillo para levantar las actas. Desi Gómez, David Orce, Fernández Coca y Melchor Ramos Alba, Rafael Muñoz a pesar de sus dolencias.

Cómo no, aparecen Paco Olmo y Romárico Gutiérrez, influencer y pensador firulais. El Romárico afirma que Herodes Ascalonita degolló a los inocentes. Y el profesor Vázquez Bermúdez afirma que hay quien sostiene que esta fiesta sustituyó a la de los siete hermanos Macabeos, torturados con suplicios atroces por negarse a comer carne de cerdo. La fiesta de los Inocentes eclipsó a otros niños mártires, algunos en cuerpo incorrupto, como el que se conserva en la Catedral de Valencia. Fernández Coca, presidente del Mercado, dice que va a hacer el seguimiento del alumbrado deslumbrado.

Alguien grita. Se infiere que el Fabián, a la cola de Elsa, está afectando a las neuronas de algunos/as.

Ambularte, Vázquez Bermúdez y Melchor Ramos aportan palabras más perdidas en el vocabulario isleño que el caño de la playa. Tollina, paislabote y capuana. Estamos con tollina como paliza, cuando entra Rodrigo Puerta y me informa del óbito de Andrés Derqui. Del que el Ayuntamiento no nos informó. Ni funcionarios, ni políticos. Pero informo a la Tertulia en pleno que además de compañero administrativo fue escritor. En un semanario local, en la revista de Recursos Humanos, durante bastante tiempo publicaba artículos con un estilo personalísimo. Escribió una novela sobre su estancia en Guinea Ecuatorial. No la pude soltar de la intensidad narrativa que mostraba. Pero por la mañana le insulté, sonriendo, porque al final le faltaba el final. ¿Es que todo tiene que tener un final? Dijo. Me queda una página que ya haré. Nunca la hizo. ¿sería su muerte? El fin no es el comienzo.

No sé qué sería de la novela manuscrita. Su visión de la vida y su sordera intermitente las echo de menos. Hoy duele el recuerdo. Hoy duele la vida cuando se llena de olvido.

El poplíteo duele como una señal de duelo. Me siento tenso y dolido. El estrés es como una lavadora centrifugando zumo de limón.

Caronte aguarda allá, a lo lejos, para los que ya poseemos la moneda. Casi en los Santos Inocentes se nos fue don Andrés.

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