Tribuna Económica
Carmen Pérez
Unos ganan, otros pierden
Tribuna
En relación a los animales de compañía, empezamos mal el discurso cuando los llamamos “mascotas”, sin caer en la cuenta de que el lenguaje es perverso y actúa con determinación sobre la actitud de las personas.
Mascota es un peluche, es algo inerte, algo que se puede guardar en el cajón del “ahora no te necesito” y no acordarnos hasta que lo necesitemos de nuevo, sin responsabilidad sobre él, dado que, como ser inerte, aunque blandito y almohadillado, no puede hacer daño a nadie, (recuerden que los ojos de los ositos y perritos según las normas C.E. ya no se pueden coser a la cara a fin de evitar que los niños los puedan arrancar, con el consiguiente peligro de que se lo metan en la boca, se lo traguen y puedan asfixiarse). Al mismo tiempo, el término mascota es algo degradante, desde mi opinión, para denominar a un animal de compañía, porque nuestro subconsciente relegará a esos seres sintientes al cajón del “ahora no te necesito“. Y ya sabemos que la razón de este término que sustituye al de “animales de compañía” no es más que por un ahorro de espacio, ya que una palabra sustituye a tres. No queda duda de que esta denominación permanecerá en nuestra expresión, si bien el interés de estas líneas es promover una reflexión y anticipar la responsabilidad ante la toma de decisión de hacerse cargo o no de un compañero de vida, pues es claro que desde el momento que aceptemos su compañía y convivencia, nos hacemos responsables de ellos.
A la hora de legislar, se buscan las palabras con precisión para no dar lugar a equívocos y ambigüedades. Y cuando se legisla es porque la sociedad demanda que se regule por uno u otro asunto. Con el término “tenencia responsable de animales de compañía”, en 2018 se promovió precisamente una campaña desde el Ministerio de Agricultura, y con tanto afán y cariño trabajaron las veterinarias y veterinarios del Ministerio sobre este asunto, que sin ser competente para legislar, sí hubo sensibilidad para estos animales, atendiendo la demanda de la sociedad ante un vacío entonces legislativo de ámbito nacional sobre protección animal.
Desde entonces y, tras sufrir una pandemia que ha provocado grandes modificaciones emocionales en los ciudadanos, y que hemos tardado 6 años hasta la publicación de la Ley 7/2023, de 28 de marzo de protección de los derechos y el bienestar de los animales, coincide con la visualización por parte de la sociedad de las molestias de los gatos callejeros que ahora se llaman gatos comunitarios, o el remordimiento de conciencia de los ciudadanos, cuando ven las perreras ahora llamadas centros de protección animal, protectoras o refugios atestadas de animales, y algunas no precisamente con el mejor de los cuidados.
La vida que se nos impone conduce a una falta de compromiso, necesidad de la inmediatez, depresión ante el fracaso, infantilismo o falta de madurez, a recibir una información sesgada y casi siempre buscada en internet sin acudir a la fuente de conocimiento cualificada, y acompañado de añadidos como el movimiento animalista mal entendido; es entonces cuando muchas personas acuden a la adopción (en el mejor de los casos) de un animal de compañía creyendo que es una mascota, sin evaluar si su propia persona tiene capacidad, tiempo, dinero, ganas de esforzarse para su cuidado, ni visualización de posibles imprevistos, y cuando averiguan que no son capaces de responsabilizarse de su animal de compañía, por falta de tiempo o porque se ha calculado mal el gasto económico y el esfuerzo que supone mantener a la mascota, también en el mejor de los casos hay otra persona que se ocupa de ellos y otras veces acaban recogidos en un refugio o cajón de “ya no te necesito o no puedo mantenerte”.
Tengo que recordar que el profesional veterinario se gana la vida percibiendo un salario; ni limosnas ni presiones para que con su tiempo y con su inversión como profesional atienda la irresponsabilidad de quienes abandonan a un animal o el buenismo de quien se encuentra un animal herido y pretende cargar los gastos profesionales en la conciencia del veterinario, haciéndole ver que no tiene dinero pero que si no lo cura es un mal profesional, volcando la responsabilidad económica y emocional adquirida en el veterinario.
¿No va siendo hora, ya que están escribiendo los desarrollos reglamentarios de la Ley de Protección de los Animales, de que hagan un cambio en el orden y sentido de la tenencia responsable, y desarrollemos con inteligencia, actualidad y futuro la responsabilidad antes de la tenencia?
Siempre me gustaron los juegos de palabras, pero ante el ‘sacrificio 0’ que impone la cadena perpetua a muchos perros, ante el cuidado de colonias felinas por parte de los ayuntamientos frente a la continua irresponsabilidad de quien abandona gatos o quienes los alimentan con sobras de comida que atraen a otros gatos y a otros animales molestos, en vez de llevarlos a su casa, creo que debemos promover la responsabilidad y si no podemos tener animales de compañía, no los tenemos, y seguro que podremos satisfacer nuestro afán de dar y recibir afecto de un animal, viendo a un gorrión juguetón en un parque, y observando los animales en la naturaleza, en su sitio, disfrutando de su libertad, y respirar hondo hasta que nuestra madurez nos permita saber si realmente ya somos esos responsables propietarios para vivir con un animal de compañía. ¡Ah! Y no permitas esa otra perversión lingüística que es la de que llamen al propietario ‘tutor’.
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