Mis amigas Sagrario, Ascensión, Patrocinio, Eulalia y Consolación no entienden que yo lea el Diario del Carnaval. Me dicen que cómo es posible cuando detesto tanto a esta fiesta. Pero todo tiene una explicación. Mi amigo el padre Conrado, uno de los mejores exorcistas de la católica España, me dijo cierta vez que para combatir al demonio lo mejor que hay es conocerle, y así adelantarte a sus pecaminosos actos. Eso es lo yo hago con el Carnaval: lo repudio, pero lo estudio, lo observo y lo analizo. ¿Por qué creen que llevo tantos años ocupando esta columna? Por eso, después de leer lo que estoy leyendo este año, estoy en guardia. Más de un autor ya ha mencionado que el Carnaval 2022 puede ser histórico si la epidemia deja celebrarlo. Algo así como que la gente (gentuza, perdón) lo va a recibir con muchas ganas. Y ya estoy yo mala, con cuerpo de destemplaza en sofá a las cuatro y media de la tarde. Cualquiera aguanta a la jauría carnavalesca después de un año sin chuflerías y astracanadas. Imagino a la plebe queriendo recuperar el tiempo perdido ocupando la calle a todas horas y bebiendo lo que no se bebió en 2021 y lo de 2022. Ríos de orines, de nuevo. Qué asco. Rezando estoy para que la epidemia remita, por supuesto, pero no hasta el punto de que dejen salir a la calle alegremente a estos salvajes. Además, los cofrades vamos perdiendo 1-2 en suspensiones frente al Carnaval. Y por ahí no paso. Jamás.

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