Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Llegas al aparcamiento y dejas tu coche montado sobre otro. Ya estás a escasos kilómetros de la orilla. Del maletero sacas el equipaje, una aspiradora de arena y varios tiques descuento. Lo cargas todo en el carro lanzadera con mulas que te dejará (casi gratis) justo en el acceso a la playa. Haces la cola y ya en el ascensor estampas tu firma en el libro de quejas y reclamaciones para protestar por la falta de césped y el exceso de cobertura móvil. La pantalla se ilumina. El sorteo ha determinado tu parcela, la 542b, que está junto a un matrimonio monógamo sin descendencia, a seis segundos del tercer parque temático y a dos minutos de una placa solar con enchufes. Ha sido una suerte, te dices. Despliegas tu despacho sin pisar territorio ajeno, te maquillas un poco, te quitas el bótox y te colocas un par de tatuajes neorrománticos en los hombros. Ahora ya puedes otear el horizonte manchado de barquitas de guerra que ocultan parte del cielo. La megafonía avisa de la prohibición de verter opiniones al mar, porque para algo hay contenedores repartidos estratégicamente por el recinto playero.La ruta safari hasta la orilla está a rebosar. Pagas tu turno y alcanzas la primera espuma de salitre. Nadie te pregunta, pero ya tienes los pies mojados. En un click, estás revolcándote en las olas, maridando con algas fermentadas y microplásticos antinatura, tipo nazi. Aunque no puedas sonreír, disfrutas como cualquier alto cargo en su fiesta de despedida catecumenal. Una vez humedecida tu mente, subes hasta la secadora pública, donde la gente también se plancha el cabello. Al poco, pides la vez para comprarte una lata fresquita de vino fino, que pagas con unos bitcoins pringosos de aceite de coco y fritanga de chocos. Haces la digestión y finalmente, levantas el campamento. Cuando abonas la correspondiente subvención a la Concejalía de Playas, te diriges a cámara y pides disculpas a tus fans por no haber subido ninguna foto en la que grites “aquí, sufriendo”.

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