Cuando suenen las campanas y se haga la oscuridad, pensaremos en el próximo año. Cuando suenen las campanas y la luna llene el firmamento, pensaremos en la muerte y el dolor, y en el próximo año. Cuando suenen las campanas, y el Puerto se vista de luto, pensaremos, anhelaremos, y sentiremos que este mal sueño es real, que ya nada será igual, y que miles de amigos, de todos los rincones del planeta, comparten con nosotros el dolor y la angustia. Cuando suenen las campanas, y hallamos comprendido que nada es igual, sentiremos que los años vividos si han servido de mucho.

Gozaremos aún más de una vida, de una vida que, aún perteneciéndonos, se nos escapa de las manos, sintiendo que la impotencia ante los hechos es más real que nuestros actos. Cuando suenen las campanas, y el aroma de sus tañidos nos sepan a estero y sal, comprenderemos que la prudencia, el respeto y el recuerdo serán nuestros mejores aliados.

Poco a poco el dolor y la ausencia se irán apagando, como el tañido lejano, dando paso a la alegría del tercer día. Cuando volteen las campanas y el cielo portuense se ilumine como la sal habremos cubierto un ciclo, y entonces llegará el albero y la arena mojada de la playa, comprenderemos que todo es salvable, que todo es sacrificable, y que el adiós es lo único que a veces no se salva.

Cuando el cielo se llene de colores que saben a bronce y fundición, pausados y lentos, cercanos al corazón, echaremos la vista atrás, veremos que el futuro tiene ausencias, y que las mismas, como siempre, habrán dejado el hueco para nuevas vidas en nuestros corazones.

Cuando El Puerto se llene de lamento y negro luto miraremos de frente, esperanzados. Luminosos y alegres, y esperaremos ansiosos a poder decir … todo pasa, pero a sabiendas de que el próximo año volverán a tañer las campanas tiñendo de negro la luna llena. Aun así, aunque tañen las campanas, siempre hay un tercer día, incluso para las pandemias.

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