Seguro que me equivoco, pero es posible que cuando pase la desgracia que vivimos, en algo sí cambiaremos y no me refiero a que vayamos a ser menos besucones o los que tengan carné de partido sean menos retorcidos. Me temo que uno de los cambios más significativos después de la decepción que nos han  producido los políticos es que ya no será considerado como insulto si se les llama botarates, fantoches, mequetrefes, soplagaitas sin distinción de cargo, edad o sexo, tal ha sido su fracaso colectivo y, sobre todos, del chusquero que los manda ante su evidente falta de previsión/preparación en esta catástrofe anticipadamente advertida. 

Llamar capullo, cretino, chupóptero, majadero, mequetrefe, merluzo, papafrita a los interfectos y a sus fervientes defensores (ya digo, sin distinción de sexo), que de forma reiterada lo demuestran, no será considerado insulto, ni siquiera como adjetivo peyorativo, sino simple definición.

Ya se sabe que todo aquel ser humano que abraza la política como tabla para su propia salvación le brota de forma espontánea, casi sin pretenderlo, unas tendencias de fácil digestión para ellos, tales como la prepotencia, la infalibilidad, la soberbia, la desfachatez… Saben de todo más que nadie, jamás se equivocan, se convierten en seres superiores y les importa un carajo lo que piensen los demás siempre que mantengan sus mayorías.

Al margen de sus ideologías de base -sin digerir en muchos casos-, les nace dos nuevas religiones: el narcisismo y el egocentrismo, que parecen sinónimos pero con sutiles diferencias. El narcisismo se traduce como la excesiva complacencia en la consideración de las propias facultades u obras, mientras que el egocentrismo hay que añadirle a lo anterior "hasta considerarla como centro de la atención y actividad  generales"; o sea, después de mí, el diluvio.

Si Lenin dijo que la religión era el opio del pueblo, hoy, sin duda alguna, y a la vista está, se podría añadir: "…y las ideologías su veneno mortal", a pesar de que muchos cretinos sigan presumiendo de que lo primero que se escribió sobre ellos no fue su certificado de nacimiento, sino su currículum vitae. Pero, bueno, menos mal que hay encrucijadas en la vida que el desprecio unánime de la gente corriente consigue colocar a cada cual en el lugar que merece.

Las circunstancias que ahora vivimos podrán servir para cambiar muchas perspectivas; que conceptos considerados tabúes dentro de la humana convivencia tengan nuevas definiciones y que pase como con los pecados mortales y los veniales, cuyo alcance y gravedad variaron mucho después del Concilio Vaticano II.¿Variará la política? ¡Uf, cualquiera se atreve a dar un pronóstico!, pero es absolutamente necesario que así sea, sobre todo si aprendemos a definir a la casta como se merece y asimilar que la demagogia es la capacidad de vestir las ideas menores con las palabras mayores -¿le suena?-. Bastaría recordar esta frase de Abraham Lincoln: "Lo que mata a una mofeta es la publicidad que se da a sí misma".

Se da cuenta de su fracaso, fantoche?

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