En estos días vivimos momentos y acontecimientos sorprendentes. El confinamiento ha dejado de ser una novedad para pasar a ser un modo de vida que afecta a todos. El Puerto, nuestra ciudad, es no solo diferente, es especial.

Con kilómetros de playas, pocos se pueden sustraer a sus aromas, y en momentos en los que la salida se torna imposible, en los que debemos centrarnos en lo que tenemos, los olores se convierten en la fuerza para seguir adelante.

Cuesta trabajo si no se vive a pie de playa, pero la verdad es que la ciudad huele a mar. Sin humos, sin ruidos, los olores y sonidos se tornan mucho más intensos, y el mar inunda cada rincón de la ciudad devolviéndonos a la vida.

Las olas rompiendo en la orilla cobran más intensidad, y las gaviotas se adentran buscando lo que no encuentran en las riberas. Nuestras playas nos devuelven su esencia, y en momentos en los que se hace imposible vivir por y para ellas, nos devuelven los aromas, los sonidos y nuestro penar por volver a ellas.

A lo lejos, alguna campana rompe la monotonía, y ese ruido nos hace concentrarnos aun mas en lo que sin ver podemos sentir. Son tiempos inciertos, en donde el poder sentir algo que sabemos que siempre estarán nos devuelve la esperanza. Un mes ha pasado, se ha vivido, y por delante nos queda nuestro mar, nuestras playas, nuestro río, las montañas de Sal secadas por el levante y que nos inunda el poniendo. Los esteros, e incluso el aroma que levanta la neblina.

Es tal el silencio que incluso a veces, hasta el vapor vuelve a sonar rompiendo la mañana. Sabemos que esta ahí, que nada se ha marchado, que todo volverá a ser disfrutado, y que los días vividos no son días perdidos, son días pasados que nos cargan de olores, sabores y vientos, vientos que sabemos que tarde o temprano alejaran los malos humores, que limpiaran el aire como ahora lo limpian de toxinas, un viento que nos devolverá a la vida, a una vida que nunca perdimos, tan solo es un sueño, un sueño mecido por las olas y que nos descansa un alma atormentada.