Análisis

manuel amaya zulueta

La realidad y el deseo y los pulgares

Allector podrá resultarle un poco insólito, este título que corona hoy a EL PÁLPITO AMARILLO. Y precisamente así discurre la existencia de nuestro amigo el Pálpito, siempre tan optimista, tan acendradamente amarillo: la tensión que soporta su entendimiento entre el deseo irrefutable de que venza el Glorioso y la durísima realidad de contemplarlo casi en la franja roja del descenso al Averno de la segunda división española.

Su existencia se mueve entre la realidad y el deseo, título de la obra poética del excelso poeta andaluz Luis Cernuda, cuyo mayor conocedor y crítico es, sin duda, el narrador gaditano Manuel Ramos.

Porque, como les vengo comentando, nuestro amigo Pálpito vive, más o menos, como todos nosotros, entre ambos polos de la conciencia humana: lo que es y lo que nos gustaría que fuese. Así por un lado, el deseo lo empuja a desear y augurar triunfos sin límites de nuestro Glorioso, recuerde el lector cómo vaticinó un empate en San Sebastián, y nos hemos llevado una casi goleada del lugar de veraneo preferido por el Rey Alfonso XIII y la alta burguesía española, y, por otro, a aceptar una realidad, un día a día, que no le muestra demasiadas satisfacciones y que no acepta, precisamente por eso, por ir muy lejos de lo que realmente anhela.

Asimismo, siguiendo la frágil consistencia de sus esperanzas, nos auguró un triunfo frente al casi campeón de la Champions Ligue, el Real de Madrid, como dice un amigo mío médico de Buenos Aires, lo cual, cualquier persona equilibrada consideraría un despropósito futbolero. Uff, ganarle al Madrid, si que representa perfectamente, una colisión entre el deseo y la realidad, un ejemplo perfecto del choque entre esas dos formas de la conciencia humana. Pero como yo también soy un optimista en todo lo referente al Glorioso, ilusionémonos con esa victoria que nos sabría a salvación. Soñar no cuesta euros. Y a ver si vemos, aunque sólo sea una vez, que Dios no es del Madrid. Ganarle a los otros palanganas, los de la capital de España, sería conseguir un laurel no quimérico.

El lector se preguntará ahora el porqué de eso de los pulgares, que eso qué etcétera es. Veamos. Cuando el grandullón de la Real nos marca el primero, no está en fuera de juego por un pulgar. Cuando el Glorioso comete el penalti que supondría la losa insoportable del segundo gol, la acción y el enjuiciamiento de ésta se decide por un pulgar. Y cuando Idrisi mete el golazo que habría representado el empate a uno y un giro muy diferente al partido, el del centro está en fuera de juego por un pulgar. O sea, que la cosa va de pulgares, es decir, de centímetros que sólo ve, apurando mucho las "líneas" el gachó del var. Una máquina. ¿Hasta cuándo vamos a vivir pendiente del tipo del var? Es que mete el Glorioso un golazo y no nos da alegría ninguna, porque ya hemos desarrollado el instinto reflejo del var. Callaítos y a esperar, que se ha tocado el árbitro la oreja. Y ya la alegría no es la misma que antes, que el juez pitaba gol y a botar como un chiquillo en el palco o en el sofá. Que no.

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