Pasada la Feria y los calores de estos días, resulta que mañana jueves (por hoy) me toca descolgarme a través de este alambique. Y estoy en blanco.

Repasando aquellos cuadernos donde escribo lo que se me ocurre, encuentro un artículo que no recuerdo si vio la luz. Por entonces actual. Hoy también.

Lo recupero y compruebo que la situación política de nuestra ciudad sigue siendo la misma. Y he vuelto a reflexionar.

Según una tradición marinera, recogida en el cine y la literatura, cuando las ratas atisban una tragedia en las bodegas de un barco, rápidamente abandonan la nave y de camino ponen en guardia a la tripulación. Aviso a navegantes.

Decía por entonces: “Anda revuelto el patio político portuense. Casi todos los concejales viven del Ayuntamiento y ven de cerca el peligro que supone perder unas elecciones y quedarse literalmente en el paro.

Que unos políticos ganen o pierdan unas elecciones es cosa normal. Que cobren de la administración pública parece razonable. Para ello deben participar en un proceso cada cuatro años y ser elegidos por los ciudadanos.

Pero existen otros individuos -por llamarles de alguna manera-, que nunca arriesgaron nada, que no pasaron por las urnas. Ni hicieron campaña electoral, ni dieron nunca la cara ante los ciudadanos para responder de sus acciones.

Son esa pléyade de gerentes, asesores o qué se yo, que por arte de ‘birli birloque’ pasaron un día no muy lejano (en algunos caso mucho), a formar parte de la nómina de fijos en el Ayuntamiento, sin haber cumplido con los principios de publicidad, méritos y capacidad.

Y tienen además la habilidad de adivinar la caída de un político con cierta anticipación, y de tomar posiciones cerca de aquellos otros que están en línea de alcanzar el poder en las siguientes elecciones”. Esto escribía.

Hoy, tras los desaciertos en la gestión municipal, complica y de qué manera el futuro local. Para políticos y para asesores fijos y no fijos.

Las presuntas ratas (en este caso de asfalto), andan nerviosas. Intentan situarse en buena posición, aunque para ello tengan que desdecirse, y si fuere preciso vender a quien los colocó y alimentó. Aunque sin abandonar el barco.

Todo sigue siendo igual. Así de cruel es, a veces, la vida.

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