Si una sola verdad se ha erguido entre toda esa maraña de declaraciones, contestaciones y comentarios del caso Cala es que el racismo está tan instalado en nuestra sociedad que casi habíamos olvidado que éramos racistas. Ni es mi cometido, ni mi ánimo, entrar en qué dijo o qué no dijo el jugador, ni siquiera en la dañina normalización del insulto en el fútbol, pero sí puedo llevarme las manos al teclado ante la retahíla de odiosas y rechazables defensas que le han salido al cadista por parte personajes públicos (flaco favor le hizo José Manuel Soto) o anónimos que han aprovechado el suceso para destilar su intolerancia escudados en una figura tan noble (y tan olvidada) como es la presunción de inocencia. No sé si Cala es racista, parece que no. Pero sí lo es el fútbol español porque sí lo es la sociedad española. Lo es, para mi sorpresa. Lo es, para mi tristeza. Lo es si no se sabe calibrar la diferencia entre un insulto y hacer de un color un insulto.

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