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No quiero escribir

Encerrados apenas vemos lo que ocurre, un poco la televisión. Cacerolas y palmas, palmas y cacerolas

Llevo toda la vida desnudándome, no otra cosa es escribir. Desde un poemita en la infancia, casi, hasta el artículo del pasado martes y el libro que estoy escribiendo ahora. Son muchos años. Quizá por ello no quiero escribir hoy. Del Covid-19. No soy un virólogo, ni muchísimo menos. No tengo ni idea, mucho menos tras ver el vídeo de una sesión científica en la que el Dr. Chamorro Mohedas se acercaba a la profundidad abisal de la pandemia, la naturaleza microscópica del corona virus. No me apetece repetir como un papagayo lo que te llama la atención de lo que todo el mundo habla en todas partes. No quiero. Ni de su derivada. Lo que nos anuncian que llega, que está llegando, que ha llegado. Oía contar en una radio a una funcionaria de las que gestionan los ERTEs y otras ayudas que todos los días lloraba, y sus compañeras. Porque iba gente que decía que no tenía para darle de comer a sus hijos y no podían hacer absolutamente nada, nada de nada. ¿Entiendes que no quiera escribir? El Covid-19 nos está matando, nos tiene encerrados y temerosos, e impide a muchos padres y madres darles comida a sus hijos, porque han perdido el trabajo, han perdido casi la esperanza. Encerrados apenas vemos lo que ocurre, un poco la televisión. Cacerolas y palmas, palmas y cacerolas. y la gente que nos dice, los que hablan como si todo lo supieran, que somos como una olla a presión. La gente, la gente. Los que han encontrado esta imagen del estado emocional de los españoles. Digo que estos siguen contándonos una realidad con seguridad virtual, hablando con una solvencia insolvente de esta pandemia, que no es la primera plaga que cae sobre el planeta y que a saber si puede que sea la última, porque el planeta se torne lívido y silencioso como un cadáver. No quiero escribir, quiero darle un beso, abrazar a mis nietos. Oír la nueva lectura de las sinfonías de Tchaikovsky que ha hecho Alexander Sladkovsky al frente de la Tartarstan National Symphony Orchestra, porque creo que es tan nueva, tan fresca, tan apasionada… Estas lluvias no han sido buenas para las flores de mi balcón pero han puesto grises nuevos y nubes blancas en el fondo del cuadro de la cúpula del Real Observatorio. No creo en el Destino, eso seguro. Creo que no sé, ni sabemos. Mucho menos de esto que no se ve y que nos está matando, y enfermando, y encerrando en las cuatro paredes de un pensamiento concreto. Que además nos anuncian que sin haberse ido va a volver con más fuerza y virulencia que en febrero. Será la segunda vuelta del desastre. Algunos lanzan al aire la moneda de las dos caras: economía o vida. ¿Entiendes que no quiera escribir?

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