Por mucho que pasen los años, la mítica frase que inmortalizo la Faraona, como anillo al dedo, sirve para muchas cosas. El contexto hace mucho, y al igual que aquello de, no me quieras tanto y déjame vivir, al parecer, si El Puerto tuviera boca propia, para algunos, eso diría.

Llorarían los pinos del coto despidiendo a los turistas, y hasta las piedras ostioneras llorarían de dolor. Tanto es el daño sufrido por la ciudad que estamos al borde del desastre mas absoluto. Una ciudad que durante los últimos años jamás vio a gente bebida por las calles, que en Feria se dedica a beber caldito de puchero… una ciudad en que los cívicos ciudadanos no tocan el claxon para evitar molestar a sus vecinos, y en donde la policía es más testimonial, por la absoluta ausencia de delitos, que necesaria, no se merece vivir como lo hace ahora.

Lloro, amargamente, de impotencia y dolor ante la apocalíptica imagen de jóvenes, cual misa negra danzado como posesos, cuando en esta ciudad tan solo se escuchaba a Vivaldi. El Puerto, ciudad tomada por Vándalos y Alanos, más parecida a la maltrecha Roma de Alarico que a lo que fue. Mi ciudad, modelo de civismo, cuna de moral catoniana, donde las ventosidades huelen a rosa temprana, y los perros defecan mariposas. La ciudad de la paz y donde, cual cuento de cenicienta (huy perdón que eso es un cuento fascista), los pajaritos se posan sobre las ventanas para anunciar la arbórea mañana, ahora se sume en el caos, ruidoso, fruto de los trolls de las facciones pijo bajunales que escuchan música hasta no altas horas, pues según parece es de sol a sol, no dejando descansar a los honrados y laboriosos ciudadanos, que, aunque estén jubilados o en paro se levantan para hacer lo que más les gusta… vigilar su ciudad.

Ante este panorama, solo cabe el clamor al cielo para que los turistas se vayan. Por favor, si nos queréis… irse, dejadnos que sigamos con nuestra vida, quiero un Puerto Muerto, el Muerto de Santa María, sin conciertos, con supermercados vacíos para comprar a placer, sin gente en la playa para que pueda bajar a gustito; sin alborotadores nocturnos que hablen alto; quiero mi Puerto como el de antes, con estricto cumplimiento de Ley, sin fumadores, sin habladores, sin bebedores, sin despedidas de solteros, quiero mi Puerto como centro turístico promocionado por la Ciudad del Vaticano, donde solo se escuchen los maitines y el trinar de los pájaros, quiero mi Puerto sin basura, que haya un gestor de residuos urbano en cada esquina veinticuatro horas, para que ni el polvo la ensucie. Quiero mi Puerto bajo el estricto control de la Ley, en donde hasta para evacuar aguas mayores o menores, los gobernantes estén al tanto, porque, ya lo único que nos queda para la pluscuamperfección es que se nos autorice y limpie tras las evacuaciones.

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