Los quemasangre

El quemasangre es muy nuestro, muy del sur, un estadio superior al del cuñado o el enterao

No tengo ni idea de qué va la chirigota del Selu que, cuando ustedes lean este artículo, habrá actuado sobre las tablas del Teatro Falla, aunque estoy seguro de que habrá triunfado, como suele hacer cada año. La figura del quemasangre es muy nuestra, muy del sur. Evoca a alguien que disfruta metiendo el dedito en el ojo ajeno, siempre atento a hacer un comentario sarcástico a cualquier cosa, a sacarle punta a los fallos de uno y recordárselos hasta la muerte. Ser un quemasangre en Cádiz es un estadio superior al de pertenecer al noble y muy numeroso club social del cuñado o el enterao, figura que también supo caricaturizar perfectamente José Luis García-Cossío.

Reconozco que yo soy un poco quemasangre, siempre lo fui. Recuerdo, cuando niño, que hacía apuestas con mis hermanos acerca de cuánto tiempo tardaba en cabrear a mi hermana y tenía el récord en la marca de cinco segundos. En aquella época, mi hermana May cogía más rebotes que Pau Gasol en una liga municipal. Mis hermanos también son bastante quemasangre, ahora que lo pienso. Supongo que algo habrán sacado de mí.

Un quemasangre es un tocapelotas simpático, en verdad. Gabriel Rufián lo es, en cierto sentido, lo que ocurre es que le pierden sus modales y su propio engreimiento. Su sangre andaluza le ha dado esa mejora genética quemasangriana. Otra quemasangre buena, podría ser Inés Arrimadas, sobre todo viendo la que le está dando al paupérrimo Torra en el Parlament. En el mundillo literario hay mucho quemasangre también, lo que es lógico porque, per se, la palabra quemasangre tiene la bella raigambre de una mente literata. No procede del griego clásico ni del árabe, ni tampoco del alemán kemasanguinen, sino que nos lleva al ardoroso mal humor que provoca quien hace que suba la tensión con sus comentarios provocadores.

No sé de qué habrá cantado el Selu ayer ni tampoco conozco su tipo, lógicamente, aunque he tenido una revelación. Piensen conmigo: Miriam Peralta le dice a Quique Miranda que la actuación más esperada va a empezar en breve y el galán portuense le sonríe y hace uno de esos comentarios apropiados que le otorgaron el mote de "La Quiquepedia". Son dos buenos profesionales y aman lo que hacen, poca sangre se quema en ese palco de Onda Cádiz. La gente pide silencio y el telón comienza a subir con la displicencia de una escena rodada por Hitchcock, compartiendo la oscuridad con el patio de butacas. Se divisan bultos uniformes, pero no se aprecia de qué se trata. Suena un pito de caña, una, dos veces. La gente se impacienta. Un poeta clama a su dios desde el paraíso -¡Selu, no quemes la sangre, fúmatela!- y la gente comprende que aquel valiente no es de Cádiz. El ritmo de la guitarra tararea una melodía que quizá homenajee al gran Paco Cepero, hijo ilustrísimo de la ciudad de Jerez, y es entonces cuando la luz se enciende. La gente tarda en entenderlo: sobre el escenario se encuentran los hombres del Selu disfrazados, todos ellos, de Fernando Santiago.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios