El Tiempo Un inesperado cambio: del calor a temperaturas bajas y lluvias en pocos días

La víspera de la Virgen el Carmen, a las ocho de la tarde junto con el doctor Chamorro y José Luis Traverso, acudí a presenciar el desencajonamiento de los toros de la corrida de la Feria del Carmen. Recuerdo haberles comentado que había sacrificado para estar allí la visión de una corrida de toros con Morante y Juan Ortega en el cartel. Cuando torné a casa busqué la reseña y a Morante lo habían pitado en un toro.

Al día siguiente, inquirí el diferido y descubrí que era la Plaza de toros de Manzanares, donde sufriera la cogida mortal el miembro de la generación del 27 Ignacio Sánchez Mejías, cuñado de Joselito el Gallo, y al que Lorca inmortalizó con su llanto, hipermegafamoso. Miraba yo la arena pensando que allí, pulverizada, debiera quedar sangre del torero, algo de ella, cada vez con menos fuerza, lo que obligaría a la luna a ocultarla. (Lorca dixit)

Habían entrevistado, estaba presente en la corrida, a la nieta del torero, Paloma Recasens Sánchez Mejías, quien hablaba del museo de Ignacio, que ella donó a Manzanares. Dijo que su abuelo no quería mezclar a su familia con el mundo de los toros, y las notas, manuscritos de obras teatrales, o novelas, sí estaban allí, con las fotos que incluían la de la cogida que resultó mortal. Pero trastos y vestidos, no.

A mí me da grima, cierta grima, que el azar sea tocado en el sitio donde fraguó. El viejo asunto del azar, zahr, árabe, que significa dado, que echa la suerte. La mala y la otra.

De los aficionados es conocida la devoción de Morante de la Puebla por Joselito el Gallo. Desde resucitar el quite de la mariposa o del bu, que inventase el torero, hasta secar el sudor de los toros con un pañuelo, anunciarse con corridas de Miura, o comprar para sí el despacho de José, para su uso particular. Si Morante torea, Joselito está presente.

Salió el cuarto toro. Manso y sin obedecer al capote del matador. Observé que Morante le indicaba al presidente que el toro no veía bien. El dedo índice señalando el ojo del torero es el signo de la mirada cruzada, la burriecieguez, o el defecto que observase el matador. No hubo faena. No se confió y tras tres o cuatro mantazos, una fea estocada horrible, acabó con el toro y la bronca fue digna del canto de Homero.

Entonces, el comentarista, dijo que, a lo mejor, había estado tan desafortunado porque conocía el nombre del toro. Y añadió que el toro se llamaba Bailador. Di el respingo. Bailador fue el toro que mató a Joselito en Talavera de la Reina.

Entendí. Que a un torero que parece sacerdote de José, que era el papa del toreo en su tiempo, -Sánchez Mejías lo decía y que él era el guarda del Vaticano-, le suelten un toro chico, cornicorto y burriciego llamado Bailador, pasa de castaño oscuro. Algo así como la parte contratante de la segunda parte.

Parecía que había vuelto Blanquet, el peón de confianza de José, que fue zurdo, a oler otra vez a cera de velas de Iglesia. Dicen que profetizó cuando olía a la cera quemada en el callejón o en el coche de cuadrillas, las muertes de Joselito, Granero, Sánchez Mejías y la suya propia. Se apellidaba Berenguer, como el autor isleño, desaparecido joven. El azar tiene muy mala leche y muchas ganas de broma, dice Pérez Reverte. Y, en este caso, lo clava.

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