Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Veo las densas nubes farallonas sobre mi patio. Son como cáscaras de ostiones gigantescas, oscuras, carenadas de sombras. El agua cae como una densa celosía que ciega. Es en ese instante cuando me conecto virtualmente, con mi Real Academia, quien junto con mi Club Naval de Oficiales, me han invitado a la conferencia Aspectos Sanitarios de la Primera vuelta al mundo. Nutrición y enfermedades a bordo. El ponente es mi apreciado doctor y compañero, Juan Manuel García-Cubillana de la Cruz.

Primero nos ilustra evocando el duro periplo circunnavegado, y nos va introduciendo en la vida a bordo. Por ejemplo en la concesión de la cruz de Santiago a las naves, para que las pudiese comandar una persona que no era española. Llueve sobre mi patio. Goterones cerriles encadenados que lo golpean todo. Me imagino el oleaje en la tormenta. Trinquetes, mesanas, palos mayores, con los marinos ejerciendo su control con las velas. Oigo hasta el chifle entre los truenos. ¿Por qué? Porque el doctor Cubillana con una voz pausada, modula lo que cuenta, y se dispara la imaginación del oyente. La ley existente de lo peligroso que es navegar en aquella época lo describe: Debajo de cuarenta grados Sur, no existe Ley. Debajo de cincuenta grados sur, no existe Dios. Nos relató los bastimentos y vestimentas de los marinos. Cómo dormían hacinados en cubierta. Ratas. Piojos. Suciedad extrema. Las hortalizas que llevaban que al pudrirse y acabarse provocaban la aparición del temido escorbuto. Encías sangrantes sin dientes. Debilidad extrema. El pan que era bizcocho, bis coctus, cocido dos veces, para eliminar la humedad. Llegaron a comerse hasta los cueros. Los garbanzos zamoranos, el queso de los Pedroches, el jamón extremeño, las sardinas y anchoas malagueñas. La medida del cahiz, doce fanegas, seiscientos sesenta y seis litros. Y cuando se acabaron las suplencias por la mandioca, el timbiriche, rico en vitamina C y la lenteja marina, para no morir.

Seguía lloviendo y el viento soplaba con su estridor de brocas. Sufrieron motines, ejecutaron por sodomía a alguno. Estaban sujetos a contusiones, incisiones y heridas punzantes, arrancamientos o avulsiones, abrasiones, disparos, fracturas, ahogamiento, congelación, disentería, tifus, sífilis o lúes y otras enfermedades venéreas, sarampión, viruela, malaria, pediculosis, intoxicaciones, desnutrición y deshidratación, beriberi, parálisis de extremidades... Así fueron menguando.

Detalló el doctor García Cubillana los instrumentos quirúrgicos y los tratamientos aplicables, cerrando la conferencia con una serie de reflexiones brillantes sobre la misma.

Afuera, en mi patio las nubes se azainaron, los rayos daban la luz azul de las desgracias. Y yo sólo veía mástiles y vergas cabeceando al temporal. La cubierta empapada y peligrosa, la tripulación amarrada en bolinas atadas a la borda, arrancada de la proa por la metralla de las olas rotas. Mesanas, bauprés, estayes sonando, mientras cerraba su conferencia, grande, mí apreciado amigo y admirado doctor y erudito. Me hizo navegar. Sencillamente.

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