La memoria es un grito contra el olvido. Una lucha especial. Veo el tiempo como una trituradora de café o como un reloj de arena de los que usaban en los reñideros. Y el ruido de eso es el silencio. La cama del olvido.

Lo evoco ahora porque es cuando más se escribe. Y lo digo porque contar el pasado no sirve para nada. Nadie redime a nadie. Y no sé cómo ahora, en que todos coinciden con la llamada época de la agresividad, las redes sociales, la falsa fama, las vanidades localistas, el ciego dolor neutro de las cosas sin alma, cómo hay más escritores que lectores.

Las Ferias del Libro en La Isla, doy testimonio porque las organicé, eran, como dice Paco Bozano, multitudinarias. La diversidad de precios era tan abundante como la escala que iba desde libros de saldo a las últimas novedades. A lo mejor porque Salvador Pina traía todo lo que podía de colecciones descatalogadas y, además, como invitado aportaba la novedad de Libros Raimundo, el anticuario de Cádiz, al que acudimos todavía para adquirir libros, postales, ediciones localistas, periódicos y programas de ferias.

La feria del libro rodeaba el contorno de la Alameda. En el centro se ubicaban góndolas de libros equivalentes a cincuenta céntimos de euro, renovándose sus contenidos diariamente, lo que aportaba un aire de rebusca y rastro a la oferta del libro, que para eso era su feria.

Presentábamos libros diariamente en el interior de la feria, con retransmisión en directo de las mismas y tertulias literarias con la participación de los escritores isleños, citados desde la Fundación de Cultura, cuando se cuidaban esos detalles. Calles de la alameda con sus rótulos, dando, durante los días de la misma, nombre de escritores al recinto. Calles de José Carlos Fernández, de María Sánchez, de Soledad Lozano, de Pérez Casaux, de Juan Mena, de Enrique Montiel, Gabriel González Camoyano, Pepe Chamorro, Germán Caos…La megafonía ambiente, cada vez que un escritor entraba en el recinto, daba cuenta de su estancia en la feria y en qué stand por si alguien quería demandarle una firma o unas palabras. A todos, y sé lo que me digo, sin acritud y con reconocimiento.

Talleres de escritura para los colegios. Los niños siempre como base de la cultura que era el futuro. Pregón de inauguración, hasta Juan Lobón, lo hizo, sí Juan Perea, sí, el que demandó a Televisión Española por cómo trató al libro en su serie, que costó mucho millones de pesetas. Sí, el ser que dio vida al personaje de Berenguer, igual que Cervantes, personajes vivos, que inauguró la dedicada al escritor isleño. Hasta Fernando Quiñones estaba en la Feria en el expositor de la Librería Manuel de Falla, firmando libros.

Las ruedas de prensa de valoración informativa las daba personalmente el alcalde, dada la asistencia de público y el volumen de ventas. Era cuando una Delegación de Cultura daba votos. En la hemeroteca de este Diario de Cádiz, se encuentran esas crónicas, esas fotos de Enrique Rioja, esa afición al libro que llenaba la Alameda, y donde también viejos e isleños escritores eran homenajeados. Pero en la ínsula, o en el ínsulo, nadie parece haber hecho nada, y ni siquiera ser.

La desidia la pregonó Blaise Pascal, tan progre, que definió sus tiempos: "Sólo conviene la mediocridad. Esto lo ha establecido la pluralidad, y muerde a cualquiera que se escapa de ella por alguna parte". Y así se apagan los sentidos para siempre.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios