La pobre Casería estaba allí, llena de gente por tipismo. Porque es una manera de cenar en playa con el agua casi en los pies. He leído los excelentes reportajes de Arturo Rivera y los artículos de Muñoz Fosatti, Enrique Montiel y Fernando Santiago, como para tomar consciencia de lo mismo: los políticos parece que están ahí para molestar al pueblo que los vota. La Isla, ínsula malindrania tantas veces, tan abandonada y manejada, esta vez ha tomado consciencia de su aparente costa. Y se ha cabreado.

Voy a recordar proyectos políticos caducados. Y muertos. En una de las mayorías absolutas de Antonio Moreno, se designó como "ribera del pescado" justo el lado opuesto de La Isla. Empezaba en la Taberna La Marisma en el Callejón de Santo Entierro, seguía por la Montañesa, casa de Ramón La Titi, casa la Titi, El 15 y Casa Pepe. ¿Qué queda de aquello casi ni pescado ni ruta. Y El 15, abandonado, es otra concesión de Costas, como también la Titi y el Club de Pesca, que se va a construir y que lleva más tiempo parado que el tranvía en circular. Otro punto muy de La Isla fue la Casa del Gallego en Santibáñez. Costas se la cargó con todo el tipismo y la concesión que tenía. Luego montaron un chiringo, llamado el Barco, que se perdió porque ya no era la casa del Gallego donde entre otras cosas, se gestase Marea Escorada del gran maestro Luis Berenguer.

La Casería está allí con su tipismo de tiempo. Han rodado documentales y películas. Las musas de Antonio Mota y el flamenco, culturalmente, han estado en sus aguas. Y ese tipismo es lo único que tiene La Isla para comer, ya que no hay un restaurante serio y con tenedores en toda la ciudad y en verano, lo que mola es La Venta de Vargas, y, por supuesto Muriel y Bartolo. Pienso que la gente se huele que la reforma, el retranqueo y lo demás, se va a cargar el encanto. Ese patrimonio impreciso de La Isla. Encanto.

Todo se pierde en la mañana de salicornias y caminos. La mañana borrosa con su tedio. Convertida en inercia sensitiva. Entre mística y aguas. La insondable parálisis del caos. La soledad del narrador. Las barcas escoradas como la marea de Luis. Y la desconfianza hacia todos los políticos que nunca van a favor de la gente, sea La Casería, el Museo municipal o la Biblioteca desaparecida de Don Miguel Lobo y Malagamba.

Si La Isla quiere vivir del turismo y se carga el caño de la playa de Camposoto, o el demolido por la desidia paseo marítimo, ¿quién va a confiar? Como dijera Juan Ramón: No la toques ya más, que así es la rosa.

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