La esquina del Gordo

La primera en la frente

He creído que cada individuo tiene la obligación de defender su propia individualidad

Comenzó el año. Aún hoy queda el remate de las entrañables fiestas. En algunos hogares modernos, progresistas, después de haber sustituido a los Reyes Magos por Papá Noel, a estas alturas los juguetes de los niños ya se habrán quedado anticuados. Allá cada cual, pero cuando llegue el día que hasta los pavos, el besugo, los polvorones o el turrón queden en el olvido y se hayan sustituido por las pizzas, los paninis, los gofres caseros (homemadewaffles), el bizcocho de calabaza (pumpkin bread) o las galletas navideñas para decorar, (sugar cookies), pues, sí, habremos superado las ñoñerías antiguas y estaremos instalados en la modernidad. No hay que desanimarse, vamos camino de ello.

Creo que he apuntado que no suelo caer en esas promesas que se hacen al final de cada año con vistas al siguiente; o sea, que seguiré molestando a todos los convencidos de que sólo en ellos radica la verdad absoluta; esos que aseguran que los buenos son los suyos y los malos los que están enfrente. Que se consuelen así están en su derecho, pero sin ofender ni agredir a nadie; cada cual es víctima de sus soberbias.

Mis opiniones nunca las he expuesto como artículos de fe sino como consecuencia de lo que he visto y he vivido hasta ahora, y ante el rechazo que siempre he sentido a cualquiera imposición. Nacer en una dictadura marca una senda de rebeldía instintiva a pesar de la indefensión, pero asistir impotente a esta democracia torpe que sigue culpando al pasado como recurso ante su falta de talento para diseñar un futuro sin odios ni revanchas, induce a pensar que no es oro todo lo que reluce. A lo mejor, ante esta impotencia y sin vocación de héroe ni de redentor, he creído que cada individuo tiene la obligación, en primer lugar, de defender su propia individualidad sin credos impuestos por nadie y, sobre todo, rechazar de plano que el Estado acapare la vida social y económica -conciencias incluidas- olvidándose de que el poder emana del pueblo y que su única obligación es respetar a todos los ciudadanos. Esto, en román paladino, se llama y se ha llamado siempre liberalismo, funesto concepto en el anterior régimen y -paradojas de la vida- más aún en el actual.

Claro que para eso, para que cada uno pueda pensar por su cuenta, no es necesario pertenecer a ningún partido político, a ninguna ideología, porque al final todas terminan en estupideces por la mala práctica que hacen de ellas sus propios adeptos. Doy por sentado que no todos tenemos que nacer con la vocación de redentor o de héroe, pero tampoco alardeando de ello; basta con que nos revistamos con la coraza del escepticismo ya que toda esa farfolla redentora al final resulta falsa, como lo demuestra los que se dedican al mamoneo asentados en la corrupción y en los secretos de Estado mientras condenan a los demás a que sigamos siendo siervos de la gleba. Dicho de otra forma: que les importemos un carajo.

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