El Puerto Accidente de tráfico: vuelca un camión que transportaba placas solares

C OMO mis conocimientos jurídicos rozan lo imperdonable y mi moral periodística hace aguas, me voy a dar el gusto de apostar por la inocencia de Juan Clavero. Así, tal cual; un prejuicio total, sin esperar a las investigaciones, sin leerme el sumario, sin hablar con los testigos, sin respetar el resultado del referéndum. Voy a dar por sentado que Clavero, ecologista de renombre en la provincia (y compañero columnista de esta misma sección), ha sido víctima de una trampa con la cual se pretendía, básicamente, amedrentarle y desacreditarle públicamente como defensor de la naturaleza, a parte de joderle un rato. Alguien quiso crear, a su costa, la figura del narco-ecologeta, sin caer en la cuenta de que aquí hay mucha gente que puede decirte, a ciencia cierta, quién vende coca y quién no.

Doy por hecho que el origen de la fechoría está en la tradicional cabezonería de los ecologistas, que no dejan de denunciar barbaridades contra el entorno público y natural, sin cobrar un duro por ello, simplemente por amor, y por tanto, sin obedecer a intereses personales o comerciales. Cuando esas barbaridades las comete gente intocable en nombre de la rentabilidad y de la codicia, se pincha en hueso y comienza una batalla ancestral en la que casi siempre pierden los mismos; aunque de vez en cuando, por gente como Clavero, con esfuerzo y sufrimiento, se obtengan importantes victorias para el bien común.

Precisamente, como mis conocimientos jurídicos rozan lo patológico, y no he leído los expedientes ni los sumarios del caso, lo que no me atrevo es a aventurar los nombres de los posibles autores materiales o instigadores de la supuesta trampa. Ahora mismo no tengo abogado, por lo que, si no quiero meterme en problemas, lo más que puedo hacer es pixelar las caras del esbirro, del secuaz, del capataz, del factótum, del gerente, del testaferro, del que mira para otro lado, del consigliere, del dueño de la totalidad y hasta la del logotipo oficial. Y distorsionar sus voces. No se vayan a ofender.

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