Análisis

José Antonio Hernández Guerrero

La precampaña universitaria

¿Qué siginifica ser rector en la Universidad actual? ¿Qué se espera de él de cara al futuro?

Cuando ya estamos escuchando diferentes propuestas de algunos precandidatos para dirigir nuestra Universidad gaditana, opino que sería conveniente reflexionar sobre los rasgos que deben definir el perfil de esa función en la actual situación social, científica y cultural. Estoy convencido de que, no sólo los electores sino también los ciudadanos interesados en el funcionamiento de esta importante institución, deberíamos hacernos previamente varias preguntas: ¿Qué significa ser rector en la Universidad actual? ¿Cuál es su función en la compleja dinámica que hoy caracteriza a nuestra institución de Educación Superior?

¿Qué se espera de él de cara al futuro? Las respuestas a estas y a otras preguntas serían útiles para formar un criterio que facilite la elección. Hemos de partir del supuesto de que los compromisos académicos y no académicos de un rector en las circunstancias actuales son diferentes de los de otros tiempos no muy lejanos, ya que la Universidad ha cambiado mucho en los últimos años en su estructura, en sus dinámicas internas, en su relación con la sociedad, en la definición de su sentido y en la ordenación de sus prioridades. Si la sociedad es diferente, la Universidad ha de ser diferente para responder adecuadamente a los nuevos retos.

A mi juicio, un rasgo caracterizador del rector actual debería ser su liderazgo basado en su capacidad para escuchar las demandas, para interpretar las necesidades y para formar equipos, mucho más que en el brillo de una personalidad arrolladora o carismática. Teniendo en cuenta la distancia que separa la investigación y la docencia, la cultura científica y las manifestaciones populares e, incluso, las ciencias y las letras, el rector debería poseer una inagotable capacidad para dialogar, para llegar a acuerdos y para consensuar decisiones con el fin de superar esas divisiones de esos ámbitos que deberían ser interdependientes y complementarios.

Creo que el candidato debería estar dotado de suficiente habilidad para explicar y para aplicar la estrecha implicación de la Universidad con la vida diaria de los ciudadanos y con el bienestar presente y futuro de la sociedad que la sostiene. El primer paso de su mandato sería emprender una adecuada estrategia de comunicación con el fin de sensibilizar a los ciudadanos, a los organismos públicos, a las instituciones culturales, a las empresas privadas y también a los partidos políticos para que sean conscientes de la trascendencia de la adaptación de la Universidad para afrontar de forma acertada los urgentes desafíos del presente y para prevenir los cambios del futuro.

Los hechos nos muestran con claridad cómo, a pesar de las, a veces, encendidas proclamas, no existe una clara conciencia de la repercusión directa de la investigación científica y de la enseñanza de calidad en la elevación de los niveles culturales, éticos, sociales y económicos de la sociedad.

En más de una ocasión he repetido que si permanecemos encerrados en las clausuras de nuestros laboratorios y de nuestras bibliotecas y si nos conformamos con lanzar reproches a los de la otra banda, el acercamiento, el diálogo y la colaboración resultarán imposibles.

Estoy convencido de que esta separación es nociva, sobre todo en un mundo como el actual en el que los desarrollos científico-tecnológicos penetran hasta los recovecos más íntimos de nuestras vidas. Si de verdad pretendemos evitar el distanciamiento y el divorcio de la Universidad y la sociedad, de las Ciencias y de las Humanidades, el rector debería ser una síntesis del científico y del humanista capaz de explicar que tanto las ciencias como las tecnologías y las artes son o deberían ser humanas: tareas desarrolladas por seres humanos y cuyas obras están destinadas a mejorar la vida de los seres humanos y de toda la naturaleza.

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