Era 1992 y creímos que éramos ricos, un país avanzado y próspero a la altura de cualquiera. Sacamos pecho y nos crecimos. Curro se paseaba triunfal por la Expo de Sevilla y en Barcelona ganábamos un saco de medallas olímpicas. Nivelazo.

A la vuelta de 25 años, la realidad nos golpea en toda la cara. Somos lo que somos: un higo chumbo, por más que lo intente, jamás logrará ser un kiwi. La prodigiosa pijotecnia de aquellos tipos tan guays con corbata, no era otra cosa que -hoy lo sabemos- corrupción. Que no es -también lo sabemos- una catástrofe natural sino una estafa con estafadores y estafados.

Entonces Zoido aún se podía abrochar la chaqueta, Bárcenas era un alto cargo, Susana abandonaba las botellonas y se iba al partido, aún latía el corazón de Felipe, Teófila ya gesticulaba frenética haciéndose propaganda de sí misma y Aznar, con su gomina falangista, echaba pestes de la Constitución. Ya ves, cuando la Constitución sirve hoy como pretexto para el inmovilismo.

Aún no se barruntaba la sodomía de una crisis que nos culpabilizaría a todos y, mientras nos entretenían con su eterno "¡Que vienen los rojos!", el dinero atravesaba alegremente las fronteras hacia los paraísos fiscales.

¿Qué nos pasó? ¿Qué le pasó a Cádiz en estos 25 años? Una ciudad abierta, portuaria, con su puntito canalla y cosmopolita, que sabía reírse de sí misma. Qué ocurrió para que hoy sea una ciudad ensimismada, con un tufo cateto y provinciano, quisquillosa y dada a la murmuración. Una ciudad que no dio un solo santo en sus 3.000 años de historia y ahora es beatona, intolerante, mojigata, prietas las filas de los viejos guardianes de la fe.

Hoy es casi subversivo enfrentarse a la ilegalidad, exigir respeto a la verdad o defender la separación de lo público de cualquier dogma religioso. Ay, nos lo creímos en 1992, pero lo cierto es que hoy lideramos el paro, la desigualdad y el fracaso escolar en Europa.

Esta ciudad, este país, ya no son lo que eran. Evidente. Pero también es cierto que ya nunca serán lo que podían haber sido. Y lo sabemos.

O deberíamos saberlo.

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