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Análisis

Hernán Cortés Moreno

Pintor.

Un paseo con Pemán

A la placa que recordaba su lugar de nacimiento no cabe achacarle ningún pronunciamiento

Nada más lejos de mi intención que abordar el tema de la Ley de Memoria Histórica ni polemizar sobre sus criterios de aplicación. Me permitirán, hoy, que me deje llevar solo por mi memoria -en minúscula-, a la que añadir el calificativo 'histórica' sería no solo pretencioso por mi parte sino también, a mi modo de ver, un pleonasmo. Quiero trazar una pincelada con los recuerdos que atesoro, y que no estoy dispuesto a arrancar, de José María Pemán, una figura que conforma como pocas el paisaje del Cádiz de mi infancia y de mi juventud. Era buen amigo de mi padre, el médico Antonio Cortés Sabariego, amante de los paseos por las calles gaditanas, compartidos a menudo con don José María, y a los que yo asistía lleno de admiración siendo niño. Por aquel entonces, Pemán, que había sido ya tachado de crítico con el régimen, era partidario de la restauración monárquica y de una reconciliación a la que dedicó grandes esfuerzos y que reconocieron tantos intelectuales a los que ayudó. Entre ellos, por ejemplo, Dámaso Alonso, a quien recuerdo en ese grupo de amistades ilustres de mi padre, donde también estaban el doctor Marañón, Pedro Laín Entralgo, el conde de los Andes o Ramón Solís.

Pemán era un hombre muy querido en su ciudad, de un trato cordial y solícito con los viandantes que le abordaban sin cesar. Su desvelo por Cádiz y su cultura, desde la Academia Hispanoamericana hasta la Universidad y los cursos de verano, contagió incluso a un inquieto joven como yo. Encaucé mi vocación de pintor -ya lo he contado en alguna otra ocasión- gracias en buena medida a Dámaso Alonso, que convenció a mi padre para que abandonara los estudios de medicina recién iniciados e ingresara en la Escuela de Bellas Artes. "¡Cuánto me ayudó Pemán después de la guerra!", recuerdo haber oído comentar a Dámaso Alonso mientras posaba para el retrato que le hice por encargo de la Real Academia Española en los años ochenta.

Vino don José María a mi primera exposición, en la Caja de Ahorros de Cádiz, y contempló los cuadros con interés. "Tienes que pintar", me dijo, "Setenil de las Bodegas", un pueblo mágico y secreto dominado por la piedra. Y le hice caso. Siempre tenía para cualquiera no solo una palabra amable sino un consejo que le resultara de utilidad. Era un hombre cálido y profundamente generoso. Años después, ya fallecido, pinté su retrato con el Toisón de Oro que conserva la Fundación Cajasol, pero en mi memoria seguía tan vivo como hoy mismo.

A la placa que recordaba su lugar de nacimiento, en la calle Isabel la Católica, y que ha sido retirada por decisión municipal, no cabe achacarle ningún pronunciamiento, salvo tal vez la mención "cantor de la raza hispana", que algunos leemos, sin embargo, en su literalidad y no nos ofende. Lo que tampoco parece admisible es remover una obra de un artista gaditano de la talla de Juan Luis Vassallo, autor de la escultura Gades, que fue primera medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1948 y que afortunadamente podemos seguir contemplando en nuestra ciudad. Gracias al legado de su familia contamos, en la Casa de Iberoamérica, con buena parte de la obra de este excelente escultor, que fue nombrado académico de Bellas Artes de Cádiz, Sevilla y Madrid. Las academias, que en casos que tan directamente les afectan, callan u otorgan.

La memoria, en contra de lo que afirma el dicho popular, es buena consejera. Desde luego en ella cabe un gran bagaje. Yo, por ejemplo, no conocí a mis tíos-abuelos, Juan Diego y Enrique Cortés Pacheco, represaliados y fusilados por ser republicanos y comunistas en 1936, que aparecieron en una fosa común hace un par de años y por fin tendrán la sepultura que se merecen. Tampoco a mi abuelo materno, Luis Moreno Aguilar, republicano y maestro, encarcelado durante años en el penal de El Puerto de Santa María, del que salió ya enfermo para fallecer poco después, a comienzos de los años cuarenta.

Ausencias y presencias. Evocaciones de un pintor veterano que pasea por las calles de Cádiz y echa de menos el espíritu conciliador que ennoblece a esta ciudad.

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