Análisis

José pettenghi

Algo pasa con Pedro

El nuevo Gobierno no es para tirar cohetes, pero lo anterior era tan rancio que cabe cierta ilusión

El otro día, a más de uno se le atragantó el Carcomín del desayuno al ver la toma de posesión de los nuevos ministros y ministras ¡sin Biblia ni crucifijo! ¡Jesús, qué sofoco!

Ya era hora queridos, que estamos en 2018.

Sin embargo, queda por ver si esto se va a quedar en un gesto a la galería o es un paso en serio hacia un verdadero Estado aconfesional.

El nuevo Gobierno tampoco es para tirar cohetes (perdón, Pedro Duque por el chiste fácil) pero lo anterior era tan, tan rancio que cabe cierta ilusión: ministras en mantilla o encomendándose a la Virgen del Rocío para arreglar el paro, ministros novios de la muerte, vírgenes y santos condecorados o nombrados alcaldes perpetuos, y actos religiosos presididos por autoridades civiles (aquí en Cádiz siguen procesionando en el Corpus concejales y otros cargos).

Así que entre un astronauta y un novio de la muerte no hay color. Allá arriba se ve España mejor que desde lo alto de la Cruz del Valle de los Caídos.

Con todo, dado mi natural escéptico, tampoco espero mucho. En 40 años se ha avanzado poco. La política de los partidos tradicionales fue o bien la resignación ante lo ineludible, o bien presentar la inercia de tantos años como folklore o costumbre. Y ahí permanecen el infumable Concordato y sus adherencias: financiación de la Iglesia, el Estado recaudándole sus tributos, las inmatriculaciones, sus injerencias en Educación con criterios adoctrinadores…

Sí, hay una España que prefiere seguir aferrada a la Legión, cargando cristos ensangrentados, y al salto a la reja. Pero las creencias no otorgan ningún derecho, por tanto la religión no debe tener injerencias en los asuntos públicos. Eso es el laicismo.

Porque el laicismo no consiste en quemar iglesias, ni siquiera ir en contra de la religión, como se hace creer de forma interesada a gente con deficiente formación. No, el laicismo es la separación de la vida civil de la práctica religiosa. Podrán opinar, faltaría más, pero la separación entre Iglesia y Estado es la garantía de que cada cual crea en lo que le parezca -o no crea- con la mayor libertad.

A ver en qué queda…

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