Llevo un tiempo queriendo abordar el acoso que sufrimos gracias al consumismo. En unos años se ha pasado de la recomendación a la amenaza; solo falta que nos digan "eres un estúpido por no consumir estas maravillas que te ofrezco". Bueno, en realidad así se comportan las ideologías cuando las ejercen gentes machaconas, inciviles y descomedidas.

Después de la epidemia navideña, donde tanto la mujer como el hombre son sañudamente sugestionados -abducidos mejor- con productos cosméticos capaces de convertir a los cincuentones en voluptuosos veinteañeros capaces revivir atracciones repentinas y sensaciones mágicas, bien decúbito prono o decúbito supino, ¡qué más se puede añadir! Sí, lo que dijo aquél: 'Hay gente pa'tó'.

Servidor no es que sea partidario de censurar nada, salvo lo que sea agresión hacia los demás, sea psíquica, moral, medioambiental o alimentaria, pero que desconfíe de los envases al vacío con lonchas de pavo, de los fideos chinos para calentarlos en el microondas o de los zumos de frutas naturales, etc., cuyo contenido -según nos dicen después los expertos- no son ni pavo, ni chino, ni zumos, ¿resulta justificado decir siquiera ejem, ejem, en plan reproche?

Sigo con curiosidad cómo, de un tiempo a esta parte, el pan se ha convertido en protagonista; bueno, casi en el oscuro objeto del deseo sin que se prohiba -aquí, sí sería de obligado cumplimiento- la venta de esas masas medio crudas, recalentadas en los propios establecimientos que las venden. Parece un recochineo imperdonable y que, encima, nos recuerden cómo era el verdadero pan casi perdido, ese que se olía a veinte metros antes de llegar al horno; ese cuyo mayor atractivo no era su olor, su sabor o su corteza crujiente, sino el deseo de vivir entre su miga.

Para los convencidos de que el pan, el auténtico, es el alimento más sublime que uno puede llevarse a la boca, no es de extrañar que nos sintamos ofendidos y traicionados cuando nos obligan a tragar bazofias y si, además, como humilde peregrino, se tuvo la suerte de recorrer las tierras de pan llevar, donde en todos los pueblos se hornean milagros, qué pensar de este castigo, de este golferío que se convierte en la mayor falta de respeto hacia los que tenemos que soportar todo lo que nos echen.

¿Podemos decir, pues que estamos a merced de cerriles a merced de un capitalismo insaciable tanto en lo principal como en lo secundario? Quiero decir que si estamos a merced de todas las impunidades, desde las que se fraguan en las altas esteras como en las más modestas. Ahí está el pan que, a poco que nos descuidemos, nos vendrá de Polonia, Bulgaria o Chipre, como nos vienen las naranjas de Sudáfrica y el aceite de Turquía o de Túnez.

No pregunte. Es inútil. Seguro se encontrará con inútiles empedernidos que, para sacudirse el muerto, les dirán que la vigilancia y el control a tanto desmadre corresponde a no se sabe a cuántas administraciones distintas, enfrentadas entre ellas y, como en todas, sin responsables directos para que todos sigamos indefensos.

En esa estamos.

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