Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Pasa el tiempo, quién lo diría y pone en su lugar las cosas dándole el significado que se merecen. Hace años, demasiados como para recordar los detalles, eran ellos los que angustiados por las noticias y el devenir de la vida me prohibían salir hasta tarde. Ir sola por la calle o no llamar si tenía algún problema. Al llegar a casa, en el disimulo de la noche calmada y la televisión encendida, emitiendo a esas horas los anuncios de la teletienda, era mi padre el que al escucharme entrar respiraba tranquilo. Al fin aquí. Al fin a salvo, pensaba. Y como movido por un resorte de alivio, era entonces cuando conseguía conciliar el sueño. Un sonambulismo templado hasta el momento por las peleas de boxeo emitidas de madrugada, a las que es aficionado. "Te dije que a las 12 y son casi la una, señorita". "Se me ha parado el reloj, papá". "Sí, hombre, a ver si te crees que soy tonto. Que tengo muchos años ya. Anda, vamos a la cama que como se entere tu madre".

Jamás entendí ese afán por prohibir. Ese afán por esperar, ese afán por controlar. El miedo de sus ojos, la poca confianza puesta en lo que pueda suceder una noche cualquiera. Jamás entendí su insomnio hasta que yo he dejado de dormir por los mismos motivos que él. "Papá que no salgas, que esto es peligroso y tú eres diabético. Si necesitáis comprar comida, me llamas. ¿Cómo estáis? Comed bien y no salgáis por nada del mundo que hay muchos contagios. Permaneced en casa, por favor".

Del rumor de la teletienda a las series de Netflix, de la desesperación por desafiar la hora de llegada al desafío de quien no le teme a nada, tampoco a la muerte. De las discusiones y castigos a las llamadas de teléfono interminables que en esta cuarentena nunca paran.

Pasa el tiempo y ahora somos los hijos los que tememos y velamos por ellos. Con el mismo celo, las mismas normas, el mismo miedo a que, por capricho del destino, una noche pueda ser la última. Y no nos quede tiempo ni siquiera para poder despedirnos.

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