El 1 de mayo entra Japón en una nueva era, con la abdicación del emperador Akihito en su hijo Naruhito; Reiwa, "belleza y armonía", es el nombre del nuevo período en el que se busca un futuro más optimista para el país. La era que termina, Haeisei, comenzó en 1989 en la cúspide del poderío japonés en el mundo, seguida de una caída tan vertiginosa como la subida de sus bolsas, cuando el índice Nikkei superó el valor de 31.000 que, veinte años después, está aún en 18.000. Lo que se ha llamado décadas perdidas, de bajo crecimiento de la renta por persona, no es más que la reacción a excesos previos, como el que vivimos nosotros con el macro sector de la construcción, cuyas consecuencias dejan huellas imborrables. Hoy, junto con la Unión Europea, Japón es el equilibrio entre los inquietantes Estados Unidos y China, con un dinamismo y una presencia agresivos.

Aun así, Japón es la tercera economía del mundo, con un superávit exportador del 3,4% de su producto, y estos años han sido de esplendor cultural y protagonismo tecnológico, manteniendo equilibrios políticos y sociales cada vez más difíciles en un mundo donde se abre una brecha entre los medios de producción y el trabajo, entre las propias empresas, y tipos de asalariados. Japón, donde prácticamente no hay paro -un 2,3%-, tiene un 15 por ciento de su población trabajadora en una clase baja de empleos temporales, de los que algunos no salen en su vida; esto nos resulta familiar, y crea un pesimismo social que no se resuelve en el ámbito político y la economía convencional del crecimiento y el empleo. Otro tema que siempre se menciona es el envejecimiento de la población; el país, aún con 126 millones de habitantes, ha perdido 430.000 personas en un año, y su incuestionada homogeneidad cultural -nacimiento, idioma, costumbres- dificulta la inmigración que no sea temporal.

Hay otros fenómenos como considerar a las personas mayores una molestia, si no fuera por sus pensiones, y la crisis de la familia. Precisamente este es el tema de la rica y extraña película de Hirokazu Kore-eda, que ganó el premio del festival de San Sebastián y el de Cannes; en español se titula: Un asunto de familia, quizás porque no tengamos una palabra para llamar a los pequeños ladrones y ladronas de tiendecitas y supermercados de barrio, que sorprenden en la modernidad del Tokio del siglo XXI. En esta película bella y ambigua descubrimos que la familia no es una familia, y aunque viven de forma irregular, la bondad y amabilidad con que se tratan contrasta con la maldad en las familias de las que vienen, y a las que regresan. Esta familia y sus circunstancias recuerdan, en su claustrofobia y repentina apertura al paisaje urbano, al mejor cine realista italiano, y a la belleza y ambigüedad espiritual de las películas nórdicas. Me quedo con unas frases de la entrevista de Nando Salvá, donde le preguntaba a Kore-eda si su cine seguía siendo, a pesar de todo, optimista, y el director le contesta que en Japón optimismo es una palabra peyorativa, para gente ilusa que huye de la realidad, pero que él trataba al menos de equilibrarlo huyendo del pesimismo; al leerlo, encontré reconfortante que en el mundo compartamos problemas, así como actitudes positivas y esperanzas.

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