En su brillante trayectoria en la presente temporada, donde el Cádiz está mostrando una gran fidelidad con el buen juego y los resultados positivos, es lógico que el aficionado ande con la ilusión en su máxima expresión. Ahí es nada: seis victorias consecutivas (más el partido de Copa en el Villamarín, donde se eliminó al Betis) y siete choques sin encajar un gol, evidencian que hay motivos para creer en Álvaro Cervera y sus pupilos. Que su exitosa trayectoria no es una casualidad, sino producto del buen hacer, de un juego colectivo, fortaleza y excelente fútbol. Y si no, rebobinen en los bosques de sus mentes la primera media hora que los cadistas ofrecieron en La Romareda. Convendrán conmigo que superó con creces el juego desplegado hasta entonces. Fueron treinta minutos de un juego portentoso, fluido, del más alto nivel. Hacía años que el Cádiz no brindaba a su afición un fútbol tan espectacular. Ya digo, fue media hora para enmarcar, media hora de un tuya/mía para regocijo de todo el cadismo, mayormente gracias a que el partido se dio por televisión. O sea, que vivió en directo el gran partido que se hizo contra en Real Zaragoza. Pero, sobre todo, insisto, lo que más caló en el corazón del cadismo fue la primera media hora, plena de un gran juego, plena de coraje, fuerza y excelente posesión de la pelota. Destaco esos primeros treinta minutos porque fueron primorosos, aunque el resto lo disputó con solvencia y dio motivos para la ilusión de acabar el campeonato en posesión de uno de los puestos que dan derecho al ascenso automático. Ya sé que queda todavía mucha Liga, pero las pulsaciones que está generando el Cádiz son las que invitan a la ilusión. En consecuencia, si se sigue por este camino al final tendrá su compensación, compensación que será la de copar uno de los puestos que dan opción a acabar la temporada en la cima. Hay motivos para ilusionarse con ello.

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