Jueves Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Jueves Santo y Madrugada en la Semana Santa de Cádiz 2024

El poder desgasta, sobre todo al que no lo tiene. O al que se le escurre entre los dedos, entre las urnas. Pablo Casado es víctima evidente del síndrome de la estampida de electores del PP, esa crisis ideológica que lo llevó a ser más papista que el Papa y a comulgar con ruedas de molino para congraciarse con el ala más dura que voló del partido, del que pensaba extraer ministros y del que no ha podido extraer el dolor de muelas que le ha dejado el 28-A.

El mundo está loco, loco, loco y asistimos a escenas lisérgicas. ¿Cómo se come que toda una ex presidenta como Cristina Fernández se ofrezca como candidata a la vicepresidencia como número dos del que su fuera jefe de Gabinete?

¿O que el vicecanciller austriaco, del ultraderechista FPÖ, haya dinamitado la coalición con los democristianos al descubrirse sus trapicheos con la hija de un oligarca ¡ruso!?

No hay irse tan lejos para alucinar. Casado pretende endosar a Rivera la ingrata tarea de apoyar a Sánchez para espantar a la mosca independentista de la rica miel del poder. El presidente en funciones quizá padece el síndrome de Hubris, que se manifiesta cuando un político se cree elegido para guiar los pasos de un pueblo y es capaz de pasar del no es no al dame tu sí o sí (o abstente, por Dios y por España, como juran o prometen los neofranquistas). Esto es: que el mismo que negaba el pan y la sal al PP reclama ahora a la oposición mesa y mantel. El truco de Sánchez es que de paso pone a prueba la coherencia de los autoproclamados patriotas, pues los invita a espantar a la mosca de una vez por todas dejándola fuera de juego.

Los Presupuestos se fueron al traste por culpa de los independentistas, la operación Iceta se ha ido por el sumidero, pero PP y Cs tienen el final de la película preconcebido, así que tenemos mosca para rato.

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