¿Y ahora qué? Después de más de noventa días enclaustrados por fascículos, hoy domingo, hoy, que ya está instalado entre nosotros el solsticio de verano, las autoridades sanitarias nos invitan a correr con cierto disimulo, bien lavadas las manos, mascarillas en ristre y a cierta distancia unos de otros.

El ‘Toro del Aguardiente’ típico en El Puerto por fechas veraniegas años atrás, parece haberse reconvertido en letal bichito microscópico que arrasa allá por donde va. Pero yo, aún resguardado detrás de tejidos higienizados, geles y mucha lejía, sigo teniendo miedo. No lo puedo evitar. Y esto me lleva a preguntar, a preguntarme si seré el único en esta ciudad que tenga miedo a lo desconocido. Sí, a lo desconocido.

Los virólogos y los epidemiólogos saben de qué hablo, callan más de lo que intuyen prudentemente, pero todos están de acuerdo en la única verdad incuestionable en estos momentos: el bicho está campando a sus anchas entre nosotros aquí y ahora. Por eso salgo a la calle como el espía que burló a Moscú, que logró desarticular la mayor red de espionaje militar soviético creada nunca en el sur de Europa. Sólo que mi misión y la de muchos temerosos como yo es otra bien distinta.

Somos desconfiados por naturaleza, y ello nos lleva a evitar de la mejor manera posible transitar por lugares donde el personal parece se ha olvidado de pronto que la vida es bella. A partir de hoy, han primado los legítimos intereses económicos frente al bien más preciado que tenemos los seres humanos: la vida. Vísteme despacio que tengo prisa.

Es obvio que El Puerto necesita de una vez por todas tener un verano digno de los de la década de los ochenta y la de los noventa del siglo pasado. Nos sobran los motivos para desearlo. Pero no es menos cierto que estamos jugándonos literalmente el pescuezo bailando en el filo de la navaja. De verdad de la buena que espero y confío que ‘la otra banda del río’ sea la zona de ocio seguro más grande de Andalucía.

Eso será bueno para nosotros y para nuestro entorno más cercano. Pero yo tengo miedo. No sé si será por la edad, o porque me fío bien poco de la responsabilidad de los otros.

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