Lo del metal

Confío en el diálogo, en el sentido común, en la mediación. No me gustan las demostraciones de fuerza innecesarias, las tanquetas ni los vehículos flamígeros. Ni la demagogia

Deberías hablar de lo del metal, me dice L., como si lo del metal no fuera un charco inmenso y pestilente en el que se solazan los fachas, los rojos y los inmisericordes. Pues no sé. Lo comentaba ayer con D., que tengo mucho que perder y poco que ganar. Si yo explico lo que realmente pienso -cosa que hago siempre que escribo mi columna- quizás enfade a alguno, más allá de lo habitual. Te van a hacer una campaña de trolleo en redes, me advierte. Sé que te importa un comino, pero será así. Y yo me planteo qué decir sobre lo del metal.

It's complicated, repiten en las películas yankis. ¿Y por qué lo es? (Ahora es cuando chapoteo en el charco). Porque soy un ferviente defensor del derecho de huelga de cualquier trabajador. Cuando recibí clases de Derecho del Trabajo de (la durísima) Teresa Pérez del Río, no debí de estar muy atento el día en que se especificaba -¿en el Estatuto de los trabajadores o en la Constitución Española?- que los huelguistas tenían derecho a destrozar el mobiliario urbano, a reventar los escaparates, a coaccionar a los trabajadores (de Navantia). Sí, lo sé, pagan justos por pecadores. Todo el monte no es orgasmo. Pero esta no es la huelga que yo defiendo, la verdad.

No me gusta que RV -con lo sindicalista que es RV- se queje de la incomprensión de sus compañeros del metal. De su intolerancia. No me gustan las guerrillas urbanas y los profetas de masas y desconfío de esa verdad indubitable que nos han vendido a precio de saldo, la que declama: quemando las calles, llamaremos la atención de Madrid (animal mitológico salido del Averno). Confío en el diálogo, en el sentido común, en la mediación. No me gustan las demostraciones de fuerza innecesarias, las tanquetas ni los vehículos flamígeros. Ni la demagogia.

Me repele que Cádiz sea un peón tan débil, tan facilón como una rima de cuarteto malo. El carnaval del metal. ¡Ough yeah! Los señoritingos nos miran desde su cursi adminículo, el culo del mono, con una barbilla elevada treinta grados. Se meten con Cádiz porque nos quieren, nos envidian, nos ríen. Pero no nos temen. Demasiados cubatas a diez pavos en el chiringo playero como para que nos respeten. Y llegan los del metal y se ponen en huelga y prenden fuego al mar y nos hacen guardar colas interminables en la autovía, como si regalaran algo, y florecen los mosqueos. La sociedad se bifurca: los a favor, de izquierda; los de derecha, en contra.

Camaradas, enemigos, y tal y cual. Y en medio, ¿qué? La inmensidad del gris marengo. Creo que podré librarme de la mayoría de las críticas con este batiburrillo buscado, en el que planteo mis propias inquietudes personales. Apoyo la industria del metal gaditano con toda mi alma. Y condeno el vandalismo y la violencia. ¿A quién le importa lo que yo opine? A esos que esperan que caiga para pisotearme, y a usted, claro, que me lee estos pensamientos sobre lo del metal. Don't feed the troll! Claro, claro…

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios