Jamás íbamos a imaginar que nos encerrarían en casa durante semanas ante el miedo de ser víctimas de un bicho letal e invisible. Pero seamos constructivos. Y entre construcción e introspección que no prospección, y reflexiones varias, pienso en los niños. Siempre los niños. Los que somos adultos, unos más que otros, intentamos relativizar y no sucumbir a la histeria (Miguel Bosé no cuenta). Sufrimos, claro. Y vuelvo a pensar en los niños y la nueva normalidad que nos imponen.

Dentro de esas normalidades nuevas sigue cada caos privado en el microcosmos familiar. Me van a entender enseguida. Desde que empecé a conocer el trabajo de orientación de los centros educativos escucho sin parar aquello de las familias desestructuradas o reconstituidas, refiriéndose, claro, a las familias que no eran "normales", entiéndanse éstas como los núcleos donde hay una pareja unida y unos hijos de esa pareja unida. Imagino que para esos hijos y sus progenitores un confinamiento es estresante, pero, ¿y para los hijos de parejas desunidas amistosamente o lo que es peor, en plena batalla contenciosa por un trocito de su vida o su vida entera? Difícil, ¿verdad?

Lo vivo y leo sobre el tema, en concreto algunos artículos anteriores al apocalipsis pandémico, y existe el concepto de "niños llave", con padres ausentes que entran en casa solos después del colegio, por ejemplo. Me preocupan. Y más aún los niños "maleta", sí. Hoy con mamá. Mañana con papá. Este fin de semana sí, el próximo no. Niños con su maletita a cuestas de un lugar a otro, con los días repartidos y compartidos. Qué le vamos a hacer. Se adaptan. Pero si por logística, distancia, medios o falta de entendimiento, la maleta no se hace, o se hace mal, nadie ayuda. Y no solo es el virus verde y feo que nos amenaza con arruinarnos y deprimirnos, es la falta de orden y de valores en una sociedad donde los niños, siempre los niños, importan un bledo.

Un país donde la educación de los que construirán el futuro, un territorio como el nuestro, donde se improvisa en lo que menos debería improvisarse, está condenado al desastre absoluto. El sistema a veces rompe aún más a muchas familias o apoya a la parte equivocada, y no repara mucho en los sentimientos.

Con los ancianos ocurre quizás lo mismo y da para otro artículo. Los que saben de estos temas, o al menos muestran interés y sensibilidad (ay, qué palabra) están más desorientados que nunca, y es lo realmente alarmante. En unos años se escribirá sobre los "niños pandemia", ¿imaginan?

De momento, para distraernos, corren ríos de tinta acerca de los insultos y amenazas a lrene y Pablo, nada defendibles, pero sí entendible el hartazgo mal gestionado de muchos. He ahí el nivel en el que nos movemos. Familias desestructuradas, dicen, cuando nos mantenemos sobre cenizas y escombros. En fin. La vida pasa, y a lo mejor nos salva la alegría de nuestros niños mientras la guardamos junto a la ropa al preparar su maletita.

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