Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Un prisma rectangular de barro que una vez cocido se usa para construir paredes y suelos es un ladrillo. Hay ladrillos de distintos formatos y de distintas cochuras, los hay huecos y macizos, artesanales e industriales. La manera cómo se coloca uno con respecto al otro es fundamental para lo que se quiera construir. De esa manera se componen muros de carga, tabiques, tabicones, pilares, celosías, medianeras y también suelos. Los aparejos de ladrillo conforman superficies fascinantes que ponen de manifiesto el dominio de una técnica antigua que se renueva cada día. Hay quien sabe tejer con el ladrillo como si fuera hilo dorado. La repetición de una pieza no impide que cada una de ellas sea distinta y conserve la emoción de lo que se sabe único y bien puesto.

En donde yo estoy, el ladrillo conforma casi la totalidad de lo que se construye. Aquí el ladrillo se huele, se pisa, se mira, se oye y también se toca. Para bien y también para mal, aún es posible encontrar en el paisaje algún que otro chircal activo en donde hacen ladrillos. Ahí el aire pesa más de lo normal y se pega a nuestra pared interna ennegreciéndola al quemarla. Estos ladrillos, a pesar de su geometría radical y racional, guardan una redondez que está presente desde sus orígenes. No hay muro construido que no contenga cierta huella de esa redondez de la que hablamos. Cada uno de estos ladrillos es un sacrificio de la tierra que emerge, muere y resucita encarnada en estas piezas llenas de espacio y tiempo. El espacio es el que le da la forma al ladrillo, por eso aparece siempre distinto. Este ladrillo no solo es hábito, vestimenta, de esta arquitectura, también es su esencia.

De donde yo vengo, el ladrillo ha hecho posible burbujas duras y oscuras que han explotado llenando de escombros territorios salvajes. Este ladrillo es más industrial. Deja de serlo cuando un niño encuentra una esquina rota y con ella pinta, en una calle olvidada, su nombre en naranja sobre gris. Entonces vuelve a ser luz, la luz que en algún momento robó al fuego. Aquí el ladrillo se esconde, dentro de planos blancos que quisieran ser impolutos hasta que el sol los mira de frente y dibuja sombras delatoras que parecen sonreír. El ladrillo también es construcción mientras espera ordenado que una mano le dé su sitio. Se resiste a ser usado, por eso al introducir los dedos en sus huecos dobles los araña con restos débiles de arcilla que anuncian su estreno. Hasta entonces, nadie estuvo ahí.

El ladrillo en su profunda sencillez contiene el misterio de la creación. Nos reúne frente a los elementos básicos de lo que todo está hecho. Y es precisamente, por todo lo que requiere para materializarse, que el ladrillo ya es arquitectura desde antes de ser.

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