Jueves Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Jueves Santo y Madrugada en la Semana Santa de Cádiz 2024

Según la Real Academia de la Lengua, besar significa tocar con los labios. Resulta curioso que la boca sea la única parte de la anatomía humana para la que tocar tenga su propio verbo. Ni las manos, con las que lo tocamos todo la mayoría de la veces, ni la cara ni siquiera la piel. Estas partes del cuerpo sólo ejercitan el sentido del tacto, como también mantiene la RAE. Los labios, sin embargo, son tacto y aparte. Porque no es lo mismo un apretón de manos que un beso en la mejilla, una tímida caricia en la cabeza que un tierno beso en la frente.

Los besos, sobre los que se han escrito poemas y canciones y por los que se han declarado la guerra imperios, son los que nos diferencian del resto de animales, más que la risa o la inteligencia. Dicen que somos el único animal capaz de reírse y el único capaz de usar el raciocinio. Pero lo que no dicen es que somos la única especie capaz de besar, capaz de tocar con los labio. Y puede que esa capacidad sea la mezcla perfecta de las otras dos características que nos diferencian de los animales. Porque reímos de felicidad y no dejamos de pensar ni un solo momento y con un beso somos capaces de hacer y ser felices y eso sólo lo sabe alguien que es capaz de usar la lógica. O no. Porque, ¿cuál es la lógica de un beso? ¿Qué inteligencia se le presupone al acto de tocar con los labios?

Salvo que sea Judas y con tu beso pretendas señalar y traicionar a Cristo, nadie da un beso con premeditación y alevosía. Un beso nace, aunque suene contradictorio, de lo más instintivo del ser humano, de esa parte dormida y aletargada que de vez en cuando nos invita a seguir un impulso. No sólo hablo de un beso de amor, de esos que se ven en las películas y con los que se lloran, como hacía un crecido Totó al final de Cinema Paradiso. Me refiero a los besos que se dan con el alma, los que da una madre a ese niño que se ha hecho una pupa, los que da un padre a ese hijo que ha crecido o los que se dan los amigos cuando sobran las palabras e incluso los que dan los niños cuando ningún adulto les obliga (esos son mis preferidos). Por eso, tocar con los labios es una acción con nombre propio, porque el que toca con ellos no sólo toca otra parte del cuerpo, también toca -y despierta- la cara oculta del corazón.

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