A lo tonto a lo tonto ya nos hemos comido medio mes de enero de este -dicen- esperanzador año 21. Creo que dije aquí mismo que había hecho una dieta estricta para evitar indigestiones informativas sobre esa política que la mayoría ya la tememos a medida de que, paso a paso y con la desgracia añadida de los imponderables y la imprevisión, va cumpliendo sus objetivos. Desde entonces, de cuando en cuando vuelvo a caer en la trampa; la carne es débil. Pero como sigo fiel a mis principios, y todos tenemos derecho a pensar por nuestra cuenta sin necesidad de ideología ni doctrina alguna, saltan todas las alarmas cuando se comprueba la hoja de ruta de los que imponen las suyas contra las de los demás. Digan lo que digan esto es un atentado a la intimidad de cada ser humano. Ahora, cuando se está viendo que enero transita por los mismos derroteros, sería un buen momento de recapacitar para detener la deriva de politizarlo todo y de seguir amordazados entre miedos y amenazas ya sea con el pasado ya sea con el futuro. A estas alturas a nadie debiera importarle si nuestros tatarabuelos fueron de izquierdas o de derechas; si formaron parte de alguna cuadrilla de bandoleros serranos o si pertenecieron al bando de los caciques de todos los tiempos. Pero si seguimos impasibles ante la invasión de lo político, estamos admitiendo que volvemos a ser siervos de la gleba o mujiks, que eran como se llamaban los miserables antes de la revolución rusa y de todas las revoluciones, que no es que no fueran justificadas, pero ninguna sirvió para mejorar las condiciones y el bienestar del pueblo, sino para someterlo más a base de mentiras dichas como dogmas salvadores, tal que ahora.
Entre la gente normal y corriente, incluidos los que padecimos la posguerra, jamás se habló tanto de política como ahora. Aquello, mal que nos pese, fue un régimen autoritario con todas sus consecuencias que la Transición intentó olvidar haciendo borrón y cuenta nueva; ésta de ahora es la consecuencia de una dictadura encubierta que, para mayor escarnio, quiere administrar la verdad o, mejor, hacernos pasar como verdad sus astutas estrategias, y seguir en la misma situación que denunciaba el grupo Jarcha: "…pero yo solo he visto gente que sufre y calla, dolor y miedo". Y el silencio, el dolor y el miedo siguen presentes y en aumento por día que pasa.
La propia exalcaldesa de Madrid, ilustrísima señora doña Manuela Carmena, lo ha dicho sin ambages a toro pasado: "El diálogo político está enfermo, sólo se cruzan reproches". Esto traducido a nivel de acera, a las colas de hambrientos esperando su bolsa de caridad,  a la gente desesperada en las eternas listas de parados, a la juventud sin futuro, no aleja para nada ninguna de las tres amenazas y, mal que nos pese, son los espejos de la España que nos toca vivir por mucho disimulo que reflejen los medios pagados a precio oro. A la vista de los acontecimientos sobrevenidos cabría una pregunta: ¿Todo es política?  Y una respuesta: De momento, sí.

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