Ahora que estamos a vueltas con la veda del idioma español en algunos de sus territorios naturales, antes llamados provincias y/o regiones, y se ha impuesto esa moda de elegir las palabras de año como si de un concurso de culitos y tetas se tratara -¡anda que la RAE…!-, se presenta la oportunidad para que la mayoría de las palabras, hasta ahora interpretadas como insultos, pasaran a ser simples definiciones, por ejemplo, imbécil.

Dice el diccionario: (Coloquial) "Persona que es poco inteligente o se comporta con poca inteligencia". Para asegurarme, vuelvo de nuevo al DRAE y busco inteligencia. Tiene varias acepciones pero me quedo con estas dos: "Facultad de la mente que permite aprender, entender, razonar, tomar decisiones y formarse una idea determinada de la realidad", y "Habilidad o capacidad para hacer algo con facilidad, acierto y rapidez". Bueno, en la contundencia definitoria me baso y pregunto: ¿Conocemos a muchos que cumplan tales requisitos? Insisto: ¿Calificar de imbéciles a los que actúan como tales es un insulto o una definición cuando ya está plenamente contrastada judicial y admitida popularmente esa síntesis expresiva?

Claro que en esto, como en el caso de los gafes, también hay jerarquías. En este gremio, como usted sabe, se conocen tres niveles: manzanillos, retorcidos y perniciosos. Clasificar a los imbéciles es mucho más fácil cuando se acepta que un concejal es un funcionario a tiempo parcial, y nada más lejos de la realidad.Pues bien, si esto de la imbecilidad se admitiera como definición en vez de mantenerlo como insulto, incluso la RAE, tan volteriana últimamente, tendría que admitir carajote, pinchaúvas, baboso, botarate, lameculos, papafrita, tocapelotas y muchos más entre ese listado inmenso que el idioma atesora para subrayar caracteres, comportamientos y actitudes. Basta con observar a diario el panorama. Antes, los sarcásticos solían decir ante el recochineo de los que mandaban o iban de listos por la vida: "No me importa que me saques un ojo, lo que me molesta es que te mees en el boquete". Sí, ya sé, no es una expresión muy académica, pero sí certera para definir una situación que hoy, más que nunca, vemos a diario, sobre todo por las actitudes de los admirados seres humanos que están para hacernos felices. 

Pero no iba por ahí, sino por la huella que vamos dejando, a veces sin querer, a veces queriendo con toda intención, para describir situaciones dignas de recibir apelativos que otrora figuraron como afrentas y que ahora, caso de que hubiera tarjetas de visita, debieran imprimirse bajo el nombre y, modernos todos, en los perfiles del feisbu. O sea: que si antes lo normal era ver el nombre de un señor o señora y debajo Doctor en Estomatología, hoy, los que alcanzan el Doctorado en Imbecilidad,  también debieran ponerlo para que no haya ni despistes ni opciones a inútiles reclamaciones. Pasar del insulto a una síntesis curricular no sería mala idea. ¡Quién sabe si en estos pequeños detalles radiquen las claves de tantos  comportamientos hasta ahora inexplicables!

Y conste, no se trata de urdir nada en contra de programas políticos, sólo se trata de una sugerencia para cribar el grano de la paja.

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