No hace falta tener mucha memoria histórica para recordar el Terrorismo de Estado que el PSOE practicó con el GAL; ni el tiempo ni muchos intereses cruzados han conseguido que se olvide; en agosto de este mismo año, el señor Sánchez, todavía presidente del Ejecutivo, lo ha vuelto a la actualidad. La memoria no es sólo el recuerdo de un hecho aislado, sino la capacidad para concatenar  sucesos que condicionan la vida de los pueblos, y si aquello se guardó en el baúl de las malas prácticas políticas no quiere decir que se olvide, antes bien, en cualquier momento puede servir de fermento para que otros acontecimientos marquen una deriva benéfica o peligrosa, tal es el caso que hoy nos ocupa.

Hace unos días pudimos leer: "Zapatero pide a Sánchez que desprecie a Felipe y tenga buena relación con Iglesias". A estas alturas, entrar a calificar a este sujeto —que ejerce de blanqueador del  sátrapa Maduro—, es una solemne estupidez. A ZP ya lo condenaron los de su propio partido cuando se dieron cuenta de que lo había destrozado y que después de él ya nunca sería el mismo, sino el preámbulo del que hoy, según reza, gobierna el país gracias a un vertedero de oportunistas que aprovechan su debilidad, su indefinición y su incompetencia, hasta el punto de que ha de recurrir al comunismo, a los filoetarras y al separatismo que no ocultan su objetivo de acabar con la España constitucional. Si aquél chisgarabís, que aún colea, dice lo que se señala más arriba, no es de extrañar, ya que llegó sin escrúpulo alguno a lo que ningún señor que se respetara a sí mismo habría llegado. Pero… 

Pero ni siquiera hace falta hacer historia; caer en esa tentación es tanto como sacar cerezas de un cesto, basta con un cinematográfico plano general, mudo para mayor dramatismo, y comprobar que otro chisgarabís, que no se cree ni lo que él mismo dice, hace de parapeto insensible para que otros, aprovechándose de sus carencias, de ser un trampantojo, lo sometan a extorsiones que él soporta con tal de mantener un estatus que ni en sus ambiciones más delirantes soñó alcanzar. 

La pandemia ha venido a colmar todos los deseos de él y de toda esta ralea, empezando por gobernar por decreto; poner la economía a los pies de los caballos; asaltar el Poder Judicial para privarles de independencia; socavar todas las demás instituciones, que es tanto como abrir el camino para convertir el país en una república plurinacional, federal, comarcal o, ¡qué más dará!, en un estado cantonal si así les place a los rufianes y los oteguis de turno. Este es el panorama a medio plazo mientras el inquilino de la Moncloa, todavía presidente del Gobierno, mira para otro lado en tanto le permitan seguir siéndolo aunque cada vez pinte menos.

Posiblemente, a estas alturas, estos pactos que ya están convirtiendo a España en república bananera debieran llamarse Terrorismo de Estado, tal es la perspectiva para que el país termine en la cruz mientras la oposición siga jugándose a los dados el resto de túnica que quede.

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