Está visto: no hay nada nuevo bajo el sol. No es que la Historia se repita; habrá que pensar que siempre es la misma aunque con distintas fechas.

Si don Caudillo, el mismo día 1 de octubre de 1936 dijo: "Mi pulso no temblará y yo procuraré alzar a España al puesto que le corresponde", pertenece a esa página de la que se avergüenzan hasta los que prosperaron y vivieron de ella, que todavía quedan algunos y muchos de sus hijos/nietos, aunque reconvertidos en progresistas. 

No fue ni el primero ni el último que alardeó de pulso firme; el propio don Emérito lo hizo en su discurso del 23 julio del 69 al jurar como sucesor a título de rey ante Las Cortes: "Mi pulso no temblará para hacer cuanto fuere preciso en defensa de los principios y leyes que acabo de jurar". Qué rico y qué bonito todo.  Don Jordi Salvador (¿),  dirigente de ERC (¡¡!!), llegó a decir las mismas palabras aunque con otro sentido "No nos temblará el pulso a la hora de desobedecer". Posiblemente el único que no engañó a nadie.

Hasta don Pedrín, en 2014, también echó su cuarto a espadas asegurando: "No me temblará el pulso ante casos de corrupción en PSOE". (Por favor, que la carcajada sea discreta). Mas héteme aquí que también el don Galapagar ha optado por el mismo estribillo: "No me temblaría el pulso en nacionalizar farmacéuticas si tuviera el poder". Como se ve, por falta de pulso no quedará la cosa. Claro que este último alarde suena -perdone el atrevimiento- al ¡exprópiese! de don Chávez que acabó con las inversiones extranjeras en su país y que desde entonces no levanta cabeza. Y por ahí va la cosa.

El problema está en que el del moño, (antiguo 'el de la coleta'), tampoco engaña a nadie y que, si de él dependiera, nacionalizaría hasta las panaderías, faltaría más, ¡Estado no hay más que uno y a ti te encontré en la calle! Ya se está viendo. Su vocación de servicio lo está llevando a que los demás se conviertan en siervos de la gleba y para ello apoya incondicionalmente la desaparición física del dinero, primer paso ya dado para espiar cualquier movimiento, cualquier pensamiento que no se ajuste a lo previsto de antemano, al fin y al cabo para él, el ciudadano no deja de ser un miserable sin más opción que la obediencia y que las pandemias y los confinamientos, ayudan a que a todo quisque le injerten un chips para controlarlo desde la más tierna infancia hasta que termine en el vertedero de una residencia que el Estado subvencionará con limosnas.

Pero como esto ocurrirá a nivel mundial, no hay por qué preocuparse. El chips ya incluirá apartados para controlar la libertad de opinión, de gustos, de costumbres, incluidos conceptos tales como la amistad, el cariño, los días de vino y rosas… A ellos jamás les temblará el pulso cuando consigan que el Estado de Derecho lo conviertan en derecho de pernada.

Y uno, ya ve, inocente, pidiendo fervientemente que a los únicos que no les debe temblar el pulso es a los cirujanos.

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