La esquina del Gordo

Creer o no creer, esa es la cuestión

Con esto ni afirmo ni niego que seamos libres para decidir sobre una u otra tendencia; al fin y al cabo el asunto no pasa de ser una circunstancia coyuntural en la que influyen tantos intereses como personas figuramos en los censos municipales. Lo evidente es que el ser humano es idéntico a las olas del mar: no hay ninguna igual a otra, con la particularidad de que unas mueren mansamente en las orillas y otras se estrellan furiosas contra los acantilados haciendo daño, pero también mueren.

Parece ser cierto que todo depende del carácter y éste es consecuencia del grado de formación-información que se posea. Que los que mandan prefieran cerebros de perfil plano se apoya en que el individuo nace con la mente "vacía", es decir, sin cualidades innatas, de modo que todos los conocimientos y habilidades de cada ser humano provienen exclusivamente del aprendizaje; pero esto puede no ser cierto puesto que niega la impronta de la genética y la influencia del medio donde se nace o donde se madura, más bien esto último.

Otra cosa distinta es que por inercia y por propia limitación del coeficiente intelectual el 'ser o no ser' de Shakespeare se haya ido sustituyendo por el 'estar o no estar' con que los oportunistas han conseguido un estatus grotesco que, a pesar de ser rechazado unánimemente, se convierte en normas de conducta y, para los que mantienen un escéptico silencio, conduce, llegado al límite, a ese 'creer o no creer', disyuntiva en la que estamos: o salvapatrias o los desengañados por reducción al absurdo.

No quisiera pecar de pedante, porque intentar opinar sobre lo sencillo que debiera ser vivir en paz con uno mismo, bastaría con que El Gran Teatro del Mundo, el auto sacramental de Calderón, no se interpretara exclusivamente en el sentido divino, sino sencillamente como el espectáculo que el mundo ofrece y que podría entenderse como un teatro a secas; la vida como un escenario y cada uno de nosotros como actores o espectadores, simples personajes que lloramos, reímos, hablamos o peleamos. Naturalmente no sería un auto sacramental, se parecería más al esperpento y en ese terreno Valle-Inclán se impondría a Calderón. Lo cual tampoco es malo, sobre todo cuando se prescinde de falsas ideologías, que son todas.

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