Análisis

Enrique Montiel

La inocentada

Vivimos todavía en una ciudad de soñadores e inocentes, pero sin sueño no hay despertar

Este año la inocentada se adelantó unos días. Como si hubieran estado en inteligencia se dio una confluencia múltiple. Por un lado se hizo público el trabajo realizado por el arquitecto Carlos Grosso de la Herrán en la llamada Casa de la Cruz Roja, un trabajo en verdad brillante de reconstrucción tridimensional. Al poco, el presidente de Asihtur e inquieto cañaílla llamado Lolo Picardo, autor verdadero de la inocentada, puso en la red social que Paradores se hacía con la finca para construir un establecimiento de la marca en San Fernando. En el proyecto se recuperaba el solar de aparcamientos de la antigua Capitanía General del Departamento Marítimo, que se añadía al Parador de San Fernando, en permuta con Defensa de unos aparcamientos en subterráneo. Finalmente un experto turístico pero sobre todo soñador isleño llamado Alberto Rodríguez entraba a saco en la idea, que incorporaba a su llamado Laboratorio de Ideas Turísticas, dando carta de naturaleza y realidad al proyecto imaginado por Picardo Fontao. La solución a dos actuaciones necesarias en la ciudad, como son la Casona de la Cruz Roja, que se cae, y un solar magnífico infra utilizado en el corazón de la calle Real.

Formidable, vivimos todavía en una ciudad de soñadores e inocentes. Soñar no cuesta nada, que se dice. Pero sin sueño no hay despertar y estos soñadores no andan en quimeras porque para ellos el sueño es construcción del futuro necesario. Que pasa, inevitablemente, por no contemplar con los brazos cruzados la destrucción del Patrimonio local, el ensimismamiento, la aceptación de la impotencia como mal inevitable. No, para nada. Tocan a rebato las campanas de un campanario mediático que lleva los mensajes de regeneración y de futuro a un simple clic del ratón de la computadora y una leve pulsación de una pantalla táctil.

Qué inocentada más inocente y, al mismo tiempo, intencionada y cargada de golpes en el llamador del paso de la Isla. ¡Van dos! Es que esa casona estaba bien vista para albergar el Museo Camarón (el arquitecto Grosso afirma que con los 3,5 millones de euros se podía haber hecho), pero inmediatamente el dúo de vectores del llamador de la gran aldaba de la Isla buscó la alternativa, nada menos que un Parador, con lo necesario para solucionar dos absurdos, que son ese aparcamiento en superficie, infra utilizado, y la vieja casona que fue el número 1 de la calle Real, que tantos nombres ha tenido, en la cercanía del Castillo, en el pórtico de la ciudad.

Algún día las páginas del Laboratorio de Ideas Turísticas y el Facebook de Lolo Picardo, entre otros rincones del ciberespacio, nos recordarán los sueños de estos insurgentes del progreso de la ciudad, a la que confiesan su infinito amor.

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