Iba despacito por la calle Ancha a la altura de La Camelia (qué quieren, no me acostumbro a los cambios) rezando el rosario cuando divisé en la plaza de San Antonio, desde lejos, una gran cola. A mí, que la vista ya me falla, me entró por el cuerpo un sofoco que me obligó a santiguarme diez veces seguidas. ¿Será posible que se agolpe el público para entrar en misa? Estaba buscando la cámara oculta cuando, ya cerca de Galerías Preciados (qué quieren) caí en la cuenta, ilusa de mí. La cola la formaban los 'esmayaos' que pretendían llevarse una bandeja con ostiones y un vaso de pirriaque. No hay manera de eliminar esas salvajadas. Pensé que con la renuncia de la peña El Molino nos íbamos a librar de ese mamarracho, pero no. Se va una entidad y viene otra para perpetuarla. ¡Dios mío! Lo mismo que con la Pestiñada, celebrada a la fuerza no sé con qué objetivo. La dejón de organizar Los Dedócratas y la cogió la asociación de ese que ahora es de Podemos, de repente. Y como siempre, las calles sucias, los salvajes y las salvajes orinando en las esquinas, las agrupaciones vociferando desde el tablao, los indeseables vendiendo marisco sin pasar por sanidad en cualquier esquina y los petimetres de las asociaciones de Carnaval pavoneándose de que entran en la carpa de la Ostionada por sus influencias. Me metí en misa en San Antonio y para no toparme a la salida con esa marabunta le pedí al párroco asilo político hasta las seis de la tarde. Recé durante horas por esta ciudad y por esas almas descarriadas del Carnaval, aunque no se lo merezcan.

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