Análisis

Enrique Montiel

El horizonte, otra vez

Gloria de la Isla pese a todo, pese a este misterio terrible que ha llegado al mundo

Confinarse va a ser, de verdad, cerrar ojos y oídos al mundo. Es temible. Todo lo que nos llega del mundo -hablando en términos cristianos, o sea, lo que no es Dios- es pavoroso. Es como si el Ángel de las Plagas hubiera certificado que vienen, estuviera llegando a las casas que tienen el signo de la muerte pintado en el dintel. La muerte y sus consecuencias. Los brotes en los colegios, en la Policía Local, aquí y allá, en el campo minado que es un mundo en donde se han contagiado 35 millones de personas y centenares de miles han fallecido, es el horizonte, otra vez. Pensábamos que tras los esfuerzos pasados venía otra vez el mundo abierto. Pero no, está llegando este incremento y las peleas políticas miserables, como cambiarle el nombre a un teatro en ruinas que rendía homenaje a un escritor que llevó a Cádiz en su corazón toda la vida, esta cosa de Madrid que realmente nos queda lejana pero que nos cuesta trabajo entender. Hasta lo de nuestro querido padre Rafael Vez Palomino, empujado a un Hospital siendo persona de alto riesgo forma parte del disparate cotidiano, el horizonte otra vez. De lo que finalmente somos, son quienes lo sean. Tiempos recios ha escrito Mario Vargas Llosa en su última novela, tiempos recios. Qué difícil es, cuando todo baja, no bajar también. Siempre recuerdo a don Antonio Machado, preceptor de mi adolescencia, maestro de todos los días de mi vida. En la ciudad veíamos un horizonte optimista pero sólo hay que salir un poco y hablar con el zapatero, el camarero, el recovero, el carnicero, el almacenero, el pescadero. Todos los oficios y profesiones van por la calle con los ojos de la cara. No queriendo ver lo que se les viene encima, se nos viene encima. Los pintores no pueden vender sus cuadros, ni los escritores sus libros, imaginen a los poetas, ya menesterosos de por sí, mucho peor. Hay mucha hambre detrás de una metáfora fulgurante. Un ojo de la cara nos va a costar el horizonte si no encontramos los remedios pronto. Será una selección antinatural, de nuevo. Con la oleada de optimismo que veía que venía, de aperturas, de estrenos, de restauraciones, de nuevas calles y parques y jardines como nunca estuvieron. En el tiempo de la despesca de los esteros, de los palpitantes mostradores llenos de lisas y lenguados y zapatillas y lubinas y anguillas… de estero. Gloria de La Isla pese a todo, pese a este misterio terrible que ha llegado al mundo para decirle al mundo otra vez que vanitas vanitatis. Pero hay que levantarse de nuevo, en forma de no salir de casa, aguantar el paso de este huracán maldito. En espera de un horizonte descampado.

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