Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Me he abonado a Filmin porque necesitaba ver el documental de Manuel Menchón sobre el último Unamuno, el que murió en Salamanca bajo arresto domiciliario el 31 de diciembre de 1936. Palabras para un fin del mundo (2020) es un trabajo impecable y emocionante sobre un hombre de enorme nervio ético, un tipo quizá imposible de concebir en los tiempos que vivimos, que luchó con su palabra lúcida, enérgica y valerosamente independiente (rarísima hoy en día) por una convivencia nacional sana y un estado justo, republicano y federal, lejos de la barbarie totalitaria de fascistas y ácrata-marxistas. La manera en que fue secuestrado y en que su mensaje fue falseado y utilizado por la propaganda de Franco estremece de indignación, casi tanto como los 84 años que han tenido que transcurrir para que alguien indagase a fondo la cuestión en esta época de supuesta idolatría a la memoria histórica, concepto a menudo falazmente interpretado que confunde memoria con historia, subjetividad con objetividad, venganza con justicia, resentimiento personal con necesidad colectiva. Claro que Menchón ha transitado por un sendero de estudiosos que culmina en el matrimonio de hispanistas franceses Jean-Claude y Colette Rabaté, biógrafos de Unamuno que figuran en los créditos de gratitud de la película. También cabe reivindicar la puesta a punto de ese 'Quién es quién' que publicó Andrés Trapiello en 1994: Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939). Y en otro orden de cosas la película Mientras dure la guerra (2019), de Amenábar. No parece casual que reaparezca en estos tiempos la figura de Unamuno, el hermano mayor del siempre actual Antonio Machado. Entre tanta desvergüenza e irresponsabilidad, tanto trepa impresentable y tanto desvarío, consuela asistir a la reivindicación de gente inspiradora, falible, sí, pero íntegra y admirable. El mayor impedimento para que prospere la abierta reivindicación de Unamuno es que ya no beneficia directamente a nadie: no hay partido que lo lleve en su ADN político y nadie puede escribir una necrológica de esas en que lo más importante parece ser la foto del necrófago posando junto al muerto, su gran amigo.

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