Miedo me da que dejemos de usar mascarillas, y no precisamente por temor a los contagios, sino por soportar algunos rostros al completo, por expresión desagradable más que nada. Ya no se podrá una hacer la loca. ¡Ay, que no te había conocido con la mascarilla! Qué va. Y pronto, terror, volverán los dos besos de rigor a diestro y siniestro. Con el saludo ridículo del codo no se le huele el aliento a nadie, hay que reconocerlo. Dirán ustedes que me he despertado con el antipático subido. Puede ser. Pero es que poco se habla de la incidencia de la misantropía, y sube, oigan.

La crispación se ve en algunas rotondas, créanme. Otra pandemia la mar de bonita: la mala leche. La vacuna es aprender al bello arte del corte de mangas, pero mi madre lee esto y me riñe. No está bonito. Mejor mantener el coraje bajo control para no caer en la sociopatía (aunque en eso no se cae, se es o no, pero bueno). En fin. Y sí, estoy algo cabreada con tó quisqui, algunos concretos lejanos, como ese corrector de Filosofía en Selectividad que ha pagado sus frustraciones con los alumnos, y otros cercanos, a los que no nombro por aquello de la convivencia. Imagino que servidora también despertará feroz animadversión en las personas (pocas, qué se creen), unas veces porque me propongo firmemente ser un fastidio y otras de las que ni me entero, qué se le va a hacer.

Tonterías aparte, parece que por fin vamos saliendo de este largo invierno. Ay, qué frío hemos pasado, ¿verdad? Pero tenían que habernos avisado para hacer operación "boca al aire" y prepararnos para el posado al desnudo, como hacía en sus buenos tiempos Ana Obregón. No sé. Estrenar ortodoncia, dientes de oro, tratamientos dentales financiados para deslumbrar, ácido hialurónico en el código de barras, aumento de labios, yo qué sé. Pero hala, de sopetón, desvelamos nuestra identidad bucal al mundo y ya no sabemos si enseñar los dientes es ofensivo, agresivo o sexy. Vaya jaleo.

Nos habíamos acostumbrado a ver al compañero de trabajo a la mitad, y a casi conocer a los que nos rodean. En el supermercado no tenemos ni idea de cómo es la pescadera o el cajero, y a partir del lunes, quedaremos fatal cuando no reconozcamos a la suegra ya. En fin. Queda la esperanza de que no será igual descalzarse de la máscara en otro sitio que en Cádiz, porque aquí no tenemos pelos en la lengua (no se veían, pero se intuían), y seguramente, y como parte del proceso de adaptación al careto del vecino, sí, ése que no sabíamos que tenía barba, y es que no tenía cara de barba ni de llamarse Antonio, no reprimiremos entre bromas y veras el grito de auxilio o de alivio, vayan ustedes a saber, de "¡qué feo eres, picha!". Eso sí, desde el cariño.

Preparen la sonrisa como si no hubiera un mañana, porque así al menos se suaviza el susto en aquel que nos descubra. Feliz entrada de verano, y a respirar sin bozal, que ya es hora.

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