Jueves Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Jueves Santo y Madrugada en la Semana Santa de Cádiz 2024

En España enterramos muy bien. Después de muertos, todos buenos. Ejemplos recientes lo ilustran a la perfección: con el fallecimiento físico irrumpen la adulación y el elogio fatuo. Tanta sobredosis de alabanzas, tanta beatificación alimentan la sospecha. ¿Se decía lo mismo cuando vivía?

Y digo "fallecimiento físico", pero también con el "fallecimiento político". Mientras el político defenestrado y/o caído en desgracia se lo toma como si hubiera muerto de verdad, con el rictus de la tragedia entre mocos e hipidos, cae una tonelada de empalagosa cortesía post mortem. Vale que el muerto político ya no compite y la revancha es innecesaria, pero el rigor y la honestidad exigen arrimarse a la verdad.

El problema de exagerar los elogios cuando fallece alguien (física o políticamente) es que nadie toma en serio a quien los merece realmente. Las palabras son ya clichés.

Hay que ser justos tanto en la vida como en la muerte. Eso sí, vengativos nunca: la muerte ya hizo su trabajo.

Recuerdo elogios póstumos -aquel de Gil y Gil comparado con Papá Noel- bochornosos. Y aún se publican cosas como: "por su timidez parecía distante", cuando era un presuntuoso y un antipático. O "su despejada frente presagiaba un innato talento", cuando era calvo de toda calvedad. O "sus andares muy personales", cuando era cojo…

Y la defunción política impone su azucarada ley: "Inmenso estratega", que traducido resulta que el tipo era un liante y un intrigante de cuidado. Y su "trabajo en favor de la ciudad" consistía en cultivar su ambición personal.

Pero los peores obituarios son los de a tumba abierta, donde se abre un improbable diálogo con el finado, con eso tan socorrido de "allá donde estés" y recuerdos bolicheros del tipo "¿Te acuerdas cuando estábamos de juerga en el Pay-Pay y rompiste un violín?", y cosas así.

Con todo, hay quien parece vivir (o morir) para ese momento en que ponen su nombre a una calle (o mejor a una glorieta). Son los que viven para figurar, los que cuando hablan se escuchan y no se aplauden porque siempre hay cerca un pelota que lo hace.

Yo, como Marcial, prefiero a quienes merecen alabanza sin necesidad de morir.

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