Análisis

Joaquín Aurioles

La estrategia económica europea de la posguerra

El orden mundial se viene abajo y Europa debe prepararse para la defensa de sus intereses en el nuevo marco de relaciones internacionales que comienza a perfilarse. Debe hacerlo, además, cuando todavía está por decidir la estrategia que ayude a superar los desperfectos estructurales que la crisis financiera de 2008 puso de manifiesto. Las tensiones entre la periferia mediterránea y la ortodoxia pangermánica del centro y norte del continente, que el fracaso de la Agenda 2000 y la Estrategia de Lisboa anticiparon, se intensificaron con la crisis de la deuda soberana y de la banca y con la amenaza sobre el futuro de la moneda única. Cuando el proyecto europeo se acercaba al precipicio, la obstinación de Draghi, anterior presidente del BCE, consiguió convencernos de que ni el aislamiento de los periféricos, ni el colapso de sus respectivos sistemas de bienestar servirían para despejar el futuro del euro y, mucho menos, para resolver el problema de la inestabilidad financiera. Al mismo tiempo, otras circunstancias erosionaban la consistencia del proyecto europeo. Entre ellas, los populismos y las opciones políticas radicales, las crisis migratorias, el Brexit y las tensiones en las relaciones con el socio americano durante la presidencia de Trump (aranceles, OTAN, crisis del clima, etcétera).

La invasión rusa de Crimea en 2014 volvía a evidenciar que la imposibilidad de alcanzar acuerdos sobre cuestiones urgentes y estratégicas era el principal obstáculo para afianzar los pilares de un proyecto europeo con ambiciones. Sin embargo, tras la culminación del Brexit, la pandemia y la crisis de los suministros, las provocaciones de Trump y la invasión de Ucrania, algunas cosas parecen haber cambiado en la mentalidad de los europeos y, sobre todo, de sus gobernantes.

Se extiende la convicción de la necesidad de redefinir una política comercial con protocolos de represalia frente a iniciativas agresivas con nuestros intereses, de la implantación de la preferencia europea en la regulación de los sectores estratégicos, de acabar con la ingeniería fiscal de las multinacionales y con el abuso de su posición dominante para reprimir la competencia local. También de reafirmar el compromiso con el modelo de bienestar europeo, amenazado por el aumento de la fragilidad financiera de los estados, tras la suspensión de las reglas fiscales durante el coronavirus.

El Brexit contribuyó a unificar voluntades en la UE contra las pretensiones británicas sobre el futuro del comercio bilateral, que se acentuó con la respuesta al coronavirus y sus consecuencias económicas, pese a la resistencia inicial de algunos socios. 750.000 millones de euros del Instrumento de Recuperación que, junto a otras medidas, elevan el esfuerzo solidario contra la crisis de la pandemia hasta un total de 2,4 billones de euros. También el espionaje a líderes políticos y la infamia de la invasión rusa de Ucrania ayudan a despejar los obstáculos a la unidad de criterio contra la barbarie y en cuestiones estratégicas, como la ciberseguridad, la necesidad de una política común sobre defensa o asilo y en materia de seguridad energética y de suministros.

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