Imposible la convivencia, me dice el pesimismo. Me meto dentro de la piel de quien perdió la guerra del mismo modo que me he metido dentro de la piel de mi abuelo, detenido arbitrariamente por milicianos del Frente Popular y llevado a una checa, mientras "requisaban" su casa y ponían a su mujer e hijos en lo redondo de la calle. Cinco hijos, mi padre con 15 años el mayor. ¿Es necesario decir que era absolutamente inocente? O el de mi madre, una joven religiosa que vio cómo detenían y golpeaban a un sacerdote por el solo hecho de serlo. Excuso los detalles. Fueron cosas muy fuertes, imborrables, que creímos algunos que se habían sellado con el pacto constitucional de 1978. Los vencedores y los vencidos se habían perdonado o, cuando menos, habían decidido caminar hacia un horizontes en donde no volviera a ocurrir lo que sucedió en los años terribles de la guerra, y en la insoportable postguerra. Estaba claro que había muchas cosas que no tendrían vuelta atrás, como el triunfo del ejército nacional o de Franco, ni la Dictadura que acabó casi el mismo día de su muerte, en la cama, y su entierro multitudinario en Cuelgamuros.

En San Fernando, vencida la República en los primeros días, se produjo una represión cruel sobre decenas de personas significadas en los objetivos fijados por el bando rebelde: sindicalistas, significados militantes del Frente Popular, militares "desafectos" y otros. Hay pruebas de sus asesinatos, mas no de sus asesinos con nombres y apellidos. El relato vigente durante mucho tiempo fue el de quienes vencieron aquella contienda que llenó España de luto y de dolor. Los vencedores rindieron tributo a sus héroes. En nuestra ciudad teníamos a uno que ya lo era de mucho antes, José Enrique Varela Iglesias, bilaureado por su valor en la Guerra de Marruecos y un dirigente militar formidable en la contienda civil. Por suscripción popular se le erigió una estatua. Porque este general nunca se olvidó de su patria chica, a la que sirvió en sus posibilidades hasta su temprana muerte en 1951. La ciudad, pues, lo puso en su plaza principal, la Plaza del Rey en la que nunca pusieron la estatua del Rey al que tanto se debía, Carlos III. Cuando se empezó a "desolvidar" 1978 empezaron algunas voces a pedir que se quitara la estatua del Capitán General Varela de la Plaza del Rey. La mayoría de izquierdas lo ha conseguido, hasta sobre esto ha vuelto de nuevo la división. Hasta el punto de que, con toda probabilidad, sólo un triunfo electoral del centro y la derecha lo impediría. Que es lo que no era de ningún modo. Porque una cosa es el traslado a otro escenario de una monumento de reconocido valor artístico e histórico y otra bien distinta sería su erradicación definitiva de nuestra ciudad de quien fue un Hijo Predilecto y, por supuesto, muy querido por sus coetáneos.

¿Seremos capaces?

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