Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Todos los años cuando se acerca el 25 N se organizan actos oficiales, manifestaciones, posados políticos en fotos reivindicativas y un sin fin de demostraciones violeta, de las de quedar bien y ayudan a subir puestos en redes sociales. Qué bonito. Por unos días, o unas horas, la violencia de género hace más pupa, es una lacra (saciedad semántica), ni una menos, tolerancia cero, esto y lo otro. Caras compungidas y manifestaciones. Vale. Todo suma, dicen, y no creo que nadie se escandalice si me parece frívolo que un dolor tan profundo, dolor de muerte, se lleve estampado en una camiseta, por ejemplo. Ya lo afirmé en otro artículo. Todo suma, vuelven a repetirme, y se visibiliza el problema. Pero me van a permitir la desesperanza: nada sirve si a estas alturas continúan los mismos patrones, se normalizan las conductas de celotipia patológica y se alimentan los juicios a la ligera de las víctimas, y muchas no saben que lo son porque la culpa les cala hasta los huesos, frágiles huesos que no sustentan ya ni la sombra de su autoestima. Es irónico que a pesar de la información, las campañas y la vacua cartelería, se siga sin tener idea de lo terrible que es que la violencia física o psicológica germine desde los cimientos del amor, un amor que no lo es, sino un vínculo mamarracho que apesta a romanticismo hollywoodiense, verdadera fábrica de vidas erradas, y en sus extremos de desesperación, finales a destiempo. ¿Cuándo aprenderemos a amar de otra manera? Se mira para otro lado, no se sientan las bases de las relaciones sanas desde temprana edad en el sistema educativo, "son de amores, amores que matan", que cantaban a coro las adolescentes en los conciertos de Andy y Lucas. Y no se hace nada, porque son cuestiones de piel, razones del corazón y explosión química que nadie explica. La manipulación, los traumas. Créanme si les digo que esa representación del ojo morado, a la que nos hemos acostumbrado, es terrible, sí, y sin restarle un ápice de gravedad, son aún más letales los golpes que no se ven, porque, primero se desangra el alma, y el cuchillo llega después, demasiado tarde, mientras desde fuera, se aísla, se critica, evitamos mirar a los ojos al monstruo, y cerramos la puerta de la casa no sea que entren corrientes: "no lo deja porque no quiere", "ella se lo ha buscado". Y avanzan las lesiones irreparables, la pérdida de la identidad, el frío en la más profunda intimidad, la destrucción de la salud mental, la vergüenza, la adicción, la indefensión, lo atroz de no ver salida, y menos en un mundo hiperconectado donde a veces el contacto cero no sirve, y la violencia se desborda hasta aplastarlo todo. Se acerca el 25 N, y a pesar de las instituciones no hay cordura real, desde la cuna, No hay guía. Y como cada año, vuelven las voces en masa, ésas que no alivian la soledad, a ser portavoces de lo que no se entiende.

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