Análisis

Joaquín Rábago

El enigma de El Puerto

Conozco pocos lugares donde la gente se resigne a aceptar la decadencia

Hace unos años, un grupo de ciudadanos, algunos naturales de El Puerto, otros residentes en él durante temporadas, lanzamos una campaña que bautizamos 'SOS. Salvemos El Puerto'.

Fue una campaña moderadamente exitosa: recogimos varios miles de firmas y, lo que es más importante, provocamos un vivo debate entre los vecinos sobre cuáles eran los problemas de esta ciudad y las posibles soluciones.

Han pasado desde entonces por su Ayuntamiento alcaldes distintos y, pese a las buenas intenciones manifestadas por unos y otros, los problemas subsisten: el centro histórico continúa semivacío, las casas palacio siguen arruinándose y cierran más comercios de los que abren.

Resulta desolador pasearse en compañía de algún visitante amigo por las calles del centro y tener que explicarle lo que dicen los propios que era esta ciudad en otros tiempos y cómo vecinos y responsables políticos no han sabido o podido impedir su deterioro.

Dicen que hay últimamente interesados, algunos de ellos extranjeros, en comprar viviendas en pleno casco histórico, pero también que muchos se echan para atrás ante los problemas burocráticos que encuentran por parte de las autoridades para acometer las reformas para devuelvan a esos edificios la habitabilidad perdida.

A uno le gustaría que fuese verdad, sobre todo eso de que se trata de interesados extranjeros, porque la experiencia nos dice que suelen ser éstos quienes más se preocupan y cuidan de los lugares que eligen para vivir.

Pero no deja, por otro lado, de sorprenderle negativamente a uno el escaso mecenazgo cultural que parece encontrar la ciudad por parte de las empresas tradicionalmente asociadas a ella como pueden ser sus grandes bodegas.

No es la primera vez que lamentamos en estas páginas la inexistencia de museos o colecciones que den testimonio tanto del papel histórico de El Puerto en el comercio transatlántico como de las actividades - pesca y vitucultura- que contribuyeron un día a su fama y riqueza.

Es triste tener que escribirlo, pero conozco pocos lugares de nuestra geografía donde la gente parezca tan preocupada sólo de lo suyo y tan resignada a aceptar la decadencia de su ciudad, limitándose, eso sí, a criticarlo todo.

Hay quien dice sotto voce que el gran problema de El Puerto es el hecho de que quienes empuñan en las procesiones la vara de mando no son realmente quienes deciden, sino que hay gentes de su entorno que se dedican a poner zancadillas. Resulta difícil de creer. ¿Tan mal quieren a su ciudad? Y así ¿hasta cuándo?

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