Análisis

Rosario martínez

Bibliotecaria del Ayuntamiento de Cádiz. Presidenta de la Real Academia de Bellas Artes

Un encuadernador de arte

Ayer, tras una larga enfermedad, moría en Cádiz mi querido amigo Antonio Galván Cuéllar, encuadernador de arte y académico de número de la Real Academia de Bellas Artes.

Para empezar debo decir, como profesional del mundo de las bibliotecas, que las mejores lecciones sobre la historia del libro las recibí de manos de Antonio Galván. Su destreza en el manejo de los hierros y punzones dominando los secretos del dorado, del gofrado o del mosaico y de cuantos recursos técnicos ha atesorado la profesión del encuadernador, era casi mágica. Allí, en su pequeño taller de la antigua avenida de Lebón, supe de las encuadernaciones maravillosas e irrepetibles de los grandes artistas del arte ligatorio. Comencé a conocer los hierros, las ruedas y los arquillos con los que conseguir los gofrados y los dorados ; supe de los hierros aldinos, de los grolier, de los gascón; aprendí a diferenciar el chagrin del marroquin y a valorar el gusto geométrico de los mosaicos perfilados en oro al estilo de Padeloup. Me familiaricé con los diversos ingredientes y mordientes empleados en la parte alquímica del proceso encuadernador: la albúmina, el bol de Armenia, las piedras de ágata para el bruñido del oro y las pieles, el aceite de almendras, los engrudos, la esencia de trementina… Tener la ocasión de asistir a cualquiera de los procesos de la encuadernación artística en casa de los Galván era un auténtico privilegio. Y tal vez, si llegabas en el momento oportuno, podías tener la inmensa suerte de sostener en tus manos la primera edición del Quijote, una Gramática de Nebrija o quizás un incunable de la Biblioteca Colombina… o ese rarísimo manuscrito de Cetrería propiedad de un adinerado bibliófilo francés…

Nunca supe qué admirar más, si el acabado perfecto de sus dorados y gofrados, su destreza manual o su imaginación para abordar tanto los estilos tradicionales como los más atrevidos diseños modernos. Antonio Galván era sin duda el patriarca de un taller, en el sentido más noble del término, donde no solo se trabajaba por conservar las tradiciones sino para proyectarlas hacia el futuro a través de la formación de una tercera qeneración que se educaba en el culto a la obra bien hecha. Un taller que había alcanzado en estos años unas cotas de perfección difícilmente superables y su firma, "GALVÁN", impresa en oro en las guardas de sus encuadernaciones, se había convertido por derecho propio en un símbolo de calidad y de prestigio.

Siempre modesto a la hora de reconocer sus méritos, decía Antonio que su mayor satisfacción era el trabajo bien hecho y el ver publicadas sus encuadernaciones en las revistas especializadas europeas… Durante la década de los 90 los premios y galardones de todo género empiezan a llover sobre el taller. En 1991 el Gobierno andaluz les otorga la Medalla de Plata de Andalucía como reconocimiento a su trayectoria artística. En 1993 consiguen el primer premio en el Certamen de las Mejores Encuadernaciones Artísticas organizado por el Ministerio de Cultura. En 1994 reciben el homenaje de la Asociación de Libreros Gaditanos y en 1995, Antonio Galván es elegido académico de número de la Real Academia de Bellas Artes de Cádiz, haciendo su discurso de ingreso el 26 de abril de 1996. Pero nosotros desde el Ayuntamiento hicimos algo más. En 1999 organizamos una gran exposición retrospectiva de su obra artística (La artesanía se hizo arte : El Taller de Galván) en el contexto de las sesiones científicas del I Congreso Nacional de Bibliofilia, Encuadernación Artística, Restauración y Patrimonio Bibliográfico. Noventa encuadernaciones llegaron a Cádiz procedentes de las más importantes bibliotecas públicas y privadas españolas dando fe de la extraordinaria trayectoria artística de los encuadernadores gaditanos. La exposición celebrada en el Palacio de Congresos, que tuve el privilegio de comisariar, fue un gran acontecimiento cultural… Lo que había nacido para ser leído, podía convertirse, tras haber pasado por las expertas manos de un encuadernador de arte, en un objeto provisto de valores estéticos y como tal digno de ser contemplado

Pero estoy completamente segura que para Antonio lo más importante de aquel congreso fue sin duda la creación de un Premio Nacional de Encuadernación Artística con el nombre de su padre: José Galván Rodríguez. Porque Antonio, que tenía un título universitario y una gran formación intelectual, nunca quiso ser otra cosa que encuadernador de arte, como su padre, ni confesar otros saberes que aquellos que había adquirido en la casa paterna. Antonio cultivó ese arte sutil y hermético que es la encuadernación sin otra ambición que la que tuvo José Galván Rodríguez: el precepto de "la obra bien hecha".

Y siguiendo este precepto, desde su taller, Antonio y su hermano José crearon obras magistrales para las bibliotecas de medio mundo llevando el nombre de una estirpe gaditana, la de los Galván, y el prestigio de la ciudad de Cádiz mucho más lejos que cualquiera de las cosas que hoy por hoy somos capaces de producir y de exportar.

Misión cumplida. Mi querido Antonio, descansa en paz.

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