La economía del agua o la de los residuos, la del clima forma parte de la economía ambiental. Todas comparten una lógica preferencia por los equilibrios a largo plazo, es decir, por la sostenibilidad de los procesos, y por modelos de crecimiento que computen la totalidad de los costes y beneficios generados durante la producción, en lugar de permitir la acumulación de beneficios en el productor y la socialización de los costes ambientales derivados de la actividad. También tienen en común que en torno a todas ellas se han desarrollado recientemente oportunidades de negocio que prometen jugosas ganancias para quienes se atrevan a adentrarse en ellas.

En el caso de la economía del clima, nada menos que un mercado de 26 billones de dólares hasta 2030, es decir, más de dos billones de dólares anuales, que es aproximadamente el doble que el PIB español, y la posibilidad de creación de 65 millones empleos. El dato procede de una investigación promovida por Naciones Unidas (Global Commission on the Economy and Climate) y difundida después del pasado verano, a los pocos meses de que Trump anunciara que los Estados Unidos se descolgaban de los compromisos adquiridos en la Cumbre de Paris sobre cambio climático y calentamiento global.

El problema es que, a diferencia de otros campos de la economía ambiental, la del clima tiene una dimensión estrictamente global. Mientras que el enfoque local es con frecuencia el dominante en el tratamiento de problemas relacionados con las sequías o los residuos, en el caso del clima el enfoque sólo puede ser global, hasta el punto de que si un actor importante, como los Estados Unidos, decide boicotear un compromiso o simplemente ignorarlo, el esfuerzo de los restantes puede resultar estéril. La urgencia es que, según Naciones Unidas, sólo tenemos unos años para ponernos de acuerdo y comenzar a trabajar en firme para impedir que a partir de 2030 el calentamiento medio global amenace con superar los dos grados.

Lo interesante de la nueva estrategia de Naciones Unidas es que, en lugar de enfatizar en el dramatismo de la situación, ha optado por difundir las enormes posibilidades de negocio que se abren en torno a la economía del clima. En otras palabras, después de la frustrante experiencia de trabajar casi exclusivamente con los gobiernos durante décadas, ha decidido invitar al proyecto al sector privado. Si los inversores descubren las oportunidades de desarrollo de nuevas tecnologías en torno al clima, se podrá avanzar hacia un modelo energético no intensivo en carbono, recuperar terrenos deteriorados por la desforestación y la desertificación, erradicar las sequias persistentes y construir ciudades habitables. Un enorme espacio de negocio que, además, permitiría enfrentar otros problemas, como el de las 700.000 muertes prematuras por contaminación atmosférica que se pronostican para 2030. Parece arriesgado confiar en que las empresas y el capital financiero puedan contribuir a resolver el problema mejor que los gobiernos, pero el reto se presentó en la Cumbre de Davos, donde se decidió recoger el testigo e incluir la economía del clima como uno de los temas centrales del próximo año.

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